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LAS VOCES DEL SILENCIO

PALABRAS SOLIDARIAS
Histórico

 

ARDE PARÍS
Atentado yihadista en la capital francesa

JGS

'París late más fuerte'

Qué poco estremecen las bombas cuando explotan lejos de nuestro hogar. Que poca importancia damos a las muertes humanas cuando sus caras resultan anónimas, incluso forman parte de nuestra ensalada casera entre el anonimato de la lejanía. Es fácil olvidarlas, y sentirnos satisfechos en la pena teatral. Nos ayudan a escalar puestos en la flagelación escénica de un mundo al que la cercanía tecnológica le pierde en la inconsciencia moral. Poco a poco, conocemos los detalles más desgranados de un asesinato, de una inmolación estúpida, de inmolaciones mártires que roban la vida a inocentes. Entonces, todo el mundo, en un gesto de solidaridad imparable y altruista, se convierte en el espejismo del asesinado, de la nación atacada con un acto de trasformación holográfica y momentánea. Todos somos París, todos nos sentimos franceses, todos buscamos el reconocimiento de la tragedia haciendo un frente común contra el horror de la masacre descabellada y fría. Todos jugamos (decir ‹‹nos gusta jugar›› sería demasiado osado) al samaritano que busca la adhesión pasajera. Nos embarga el reconocimiento pasajero que se quedará enterrado ente los cadáveres de las víctimas mientras los asesinos canallas se mezclan impunes entre nosotros. Siempre han estado entre nosotros y ahora, más que nunca, sabemos que están ahí.

El terror es un vecino nuevo al que nos debemos acostumbrar. Hemos de plantarle cara sin seguir su juego. Si no queremos, es mejor suicidarse antes que llorar cuando la víctima sea un amigo personal. Tampoco hemos de caer en el silencio de la brutalidad integrista, de los manipuladores demagógicos y su oratoria populista, de los púlpitos oportunistas.
El terror ha herido a París. Un terror ante el que Hitler es un aprendiz analfabeto. El terror integrista de Dáesh es una bestia negra de la sinrazón parida por monstruos del radicalismo religioso. Son los primeros en quitar al pueblo la libertad que otorga la democracia, aves de rapiña experimentadas en saltarse la Convención de los derechos Humanos, matando históricamente a quienes molestan o ya no les sirven. Los padres defensores de la tolerancia no admitirán su culpa en los atentados sobre París porque los causantes son hijos suyos. Estos kamikazes han sido entrenados por sus tentáculos militares; han bebido el néctar de la muerte en campos de entrenamiento clandestinos, en contraguerrillas destinadas a imponer intereses geopolíticos y económicos. ¿Y nos extrañamos que la capital francesa haya sido bombardeada con esta ferocidad? Deberíamos de preguntarnos, con el susto en la piel, cómo no ha ocurrido antes. ¿El enemigo nace para ser derrotado o para mantenerlo de pie cuando es amigo?
Los políticos han sufrido las salpicaduras de una muerte abonada con el tiempo. No hay justificación, debemos luchar con todas las fuerzas y medios no violentos contra los integristas salvajes que pretenden instaurar un califato del terror. Esto no es una cruzada religiosa sino un altercado político que algunos pretenden convertir en contienda mística. Los intrusos del grupo yihadista Dáesh son asesinos descerebrados que merecen ser condenados a una morir lentamente en la cárcel. Sacuden entre quienes no entendemos de más ley que la concordia, donde el petróleo no vale más que una gota de sangre, donde la vida es más valiosa que la muerte y ésta el punto final de nuestra existencia. El paraíso lleno de leche, miel y concubinas es para los ilusos.

Los radicales que cierran el paso a la integración sexual, prohíben cantar en las calles o ir al fútbol, pretenden un califato transfronterizo. Los mismos a los que algunas naciones europeas apoyan. París ha amanecido sumida en el terror y el nerviosismo. Nos asustamos por ello, nos adherimos al dolor de las víctimas que quedan vivas, lloramos a las muertos. ¿Y los damnificados que son asesinados cada día en Palestina, en Siria, en Irak que no saltan al titular informativo? La célula fanática que ha golpeado París se financia con dinero proveniente del petróleo vendido en el mercado negro que compra España, Alemania o Francia. Quienes financian a terroristas indirectamente se convierten en cómplices de sus crímenes. Que luego no se limpien las manos con machadas quirúrgicas y coaliciones salidas de la nada. ¿El enemigo nace para ser derrotado o para mantenerlo de pie cuando es amigo?

Al terrorismo no se le gana con ira sino con valor. Ojalá que esta cadena de atentados no sirva para estigmatizar a todo el pueblo árabe ni para equiparar al musulmán con terrorista ni para tenerle miedo. La sospecha no debe convertirse en paranoia. El Estado Islámico es un enemigo que se combate con más seguridad si la unidad institucional se quita el disfraz de hipócrita que tanto le gusta llevar puesto. La lucha contra este enemigo se libra en la repulsa. La vida de un sirio no es menos importante que la de un francés, un español, un belga o un mongol. La Historia será la encargada de juzgar a quienes la menosprecian. Los asesinatos de París no deben de convertirse en hidras venenosas ni caballos de hierro. La venganza no se acaba con más venganza.

 


JGS

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