Convertir la Historia en un calendario de fechas criptográficas se ha transformado en fenómeno viral de índole tanto periodística como política gracias a los voceros de nuestra sociedad. Los conceptos se acercan al valor minimalista, pedante en ocasiones, que, con tanta repetición suena chistoso. Las deliberaciones posteriores al 20-D, exponente de la convivencia irresponsable, han demostrado ser una lección de política malsana, cabezona e inmadura -otros lo llamarán diálogo de una democracia constructiva-. Nuestros dirigentes, bajo el paraguas de la generosidad, han permanecido fieles a su falta de entendimiento y excesivo desacuerdo. Han transformado el ejercicio de la alternancia política en un juego de tronos cuyas propuestas obligan a repetir elecciones.
España navega a la deriva en un buque cargado de nihilismo político y descontrol legislativo: pujando, unos, por el gobierno de la lista más votada y promoviendo, otros, la alternativa a un cambio necesario. Perdiéndose, aquellos, por el Sur; buscando, estos, el amanecer de Oriente; reconfortándose, otros, con los últimos rayos del Poniente. Todos a la caza del Norte entre la izquierda, la derecha, el centro socialdemócrata, la socialdemocracia europeísta y alguno a caballo entre Grecia, Bruselas, Venezuela y Orejilla del Sordete. Siempre con sus carteras flamantes, llenas de bollería prefabricada, causa del colesterol (LDL) mental.
Tanto ir y venir trasnochado, casi apátrida, ha conducido al atasco político de España en vez de buscar Apps resolutivas. Las ansias de coronación presidencial, y la falta de coraje para desterrar la corrupción, han pesado más que el futuro de un país.
De nuevo, los señores políticos se han quedado en pelota picada, dejando al descubierto sus interioridades más hondas: el mal olor de una verdad sudorosa mientras clavan en el Congreso la señal de su culo, lacrada por la inmunidad diplomática.

Esto funciona así: España vota, el ciudadano español decide con su papeleta quién le va a gobernar y el sistema parlamentario, que tutela su democracia, acuerda si el veredicto popular es timonel o no. El 26-J busca anular los resultados del 20-D en una partida de mus sin haber barajado las cartas. Es una batalla naval donde se dispara a mar abierto, siendo el votante la víctima que sufre este torpedeo indiscriminado de intenciones definidas por siglas.
La falta de entendimiento ha sido producto de un intercambio de cromos, tan falsos para unos como auténticos para otros, en el mercado negro del trapicheo político. Desde del 20 de diciembre de 2015, los partidos políticos (las flechas del arco parlamentario) no han dejado de atacarse entre sí, alentando una lucha en la que escenas bélicas de Nicolas Poussin resultan infantiles. España, sin fisuras, se mantiene en la cuerda floja del interrogante desesperado. A pie de calle, sigue sin romperse hasta que la herida se convierta en úlcera incurable, efecto del disgusto popular y el hartazgo colectivo. España se ha acostumbrado a estar gobernada por el desgobierno, a dejarse mecer por el manto de un gabinete en funciones y unos políticos disfuncionales. O sea, a ser pasto de la anarquía civilizada.

Desde el 20 de diciembre han pululado muchas ideas de acuerdos invisibles picando de flor en flor, flirteando entre siglas; algún brindis al sol, conversaciones entre cides (Rajoy, Albert Rivera) y quijotes (Sánchez, Pablo Iglesias). Los acuerdos que presiden el enfrentamiento de la política forjada con puño de hierro, en vez de inaugurar pantanos, han construido prostíbulos de adobe organizando bodas civiles (a la valenciana, a la madrileña…). En estos días perturbadores, la inexistencia de alianzas ¿ha garantizado la necesidad de los políticos para gobernar o ha servido para evidenciar la paciencia titánica de un pueblo que ha aguantado el constante bombardeo de reproches?
Sánchez, y su obsesivo cambio, en la carrera particular hacia la Moncloa, se ha endiosado en una paja mental que ni siquiera le ha proporcionado placer onanista. Lo va a pagar, seguro. La desidia de Rajoy, apoltronado en unos resultados narcotizantes, se ha distanciado de una necesidad reformista a la hora de buscar acuerdos para gobernar en coalición. La sombra de Aznar, silenciosa, y la corrupción, cada vez menos amordazada, están ahogando al presidente en funciones.
El 26-J es una tomadura de pelo disfrazada de esfuerzo gubernativo. El 26-J jode; pero jode más el braguetazo político, en forma de ineficacia, que ha permitido su nacimiento.Y ahora, vuelta a empezar con promesas repetidas, nuevas sonrisas televisivas, desaliento continuado, incremento de la brecha entre militantes e indecisos. En el fondo: más Jodienda.