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LAS VOCES DEL SILENCIO

PALABRAS SOLIDARIAS
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TODO CAMBIA, NADA SE DESTRUYE
La opción del brexit gana en el Reino Unido

JGS

La opción del 'brexit' gana en el Reino Unido
 

Hay noticias grandes, noticias pequeñas y noticias con la magnitud sísmica. El brexit ha ganado en el Reino Unido por un margen ajustado. No se trata de la nueva mascota británica de rugby, tampoco es la marca de una cerveza dispuesta a alimentar el abultado estómago del hooligang. Este acrónimo inglés, formado por la unión de las palabras Britain (en alusión a Gran Bretaña y, por extensión, al Reino Unido), y exit (salida), ya convertido en terminología familiar, define su abandono de la Unión Europea. Es una opción política decidida en un marco democrático que ha de ser respetada aunque no guste a muchos. Decir brexit es sinónimo, se comenta, de apoyar al aislamiento del territorio británico. Supone una bofetada que algunos hijos de la Gran Bretaña han dado a su hermano mayor europeo: al cuartel general de Bruselas. La tierra del neoliberalismo thacherista se emancipa de una Europa vetusta donde el drama humano está ganando valor al problema económico.

Europa se ha despertado conmocionada por el triunfo del brexit al tiempo que aumentan los miedos de un avance xenófobo en todo el continente. La patria de Shakespeare, tras una noche de pesadilla, ha despertado entre la esperanza de que su permanencia en la UE dejara de flotar en sueños y el temor a sentirse excluidos. La población joven, urbana, y conocedora de las ventajas de una Europa sin fronteras, votó mientras que las zonas interiores, el sector agrícola y población más adulta abrazaron el no en un intento de mantener intacto lo propio. El Reino Unido profundo ha decidido la salida de Europa. Y esto es lo verdaderamente preocupante: la brecha geográfica y social enfrentándose a la brecha sectorial. Algo falla. Campo y ciudad son dos Armadas británicas librando una guerra distinta dentro del mismo imperio. La libra esterlina siempre ha estado ahí presente frente al Euro... y todos callábamos. Hoy se ha debilitado frente al dólar y más de uno ha temblado.
También se dice que el triunfo del brexit desencadenará un cruce de miradas hostiles entre las islas y el continente. En la Segunda Guerra Mundial, el aislamiento insular se alió con Churchill en su defensa contra los nazis; los seguidores del UKIP, principal alentador de la ruptura británica, buscan defender sus fronteras contra la oleada de desplazados que están entrando en el Reino Unido, el tercer país europeo con mayor número de población inmigrante. Si las medidas contra los refugiados se endurecen, el sector servicios que vigoriza la economía londinense no tardará en irse a pique. Entonces, ¿qué pasará?

Europa estará resacosa durante un tiempo, hasta cuando a Bruselas le apetezca, y luego, una vez que las pérdidas de los bancos se estabilicen y rediseñen sus mercados, aquí paz y después gloria. El dinero sólo necesita estabilizarse por nuevas acequias para tranquilizar a los inversores y accionistas que mueven el mundo. La confianza que ahora se encuentra traicionada, si no rota, es fácilmente amoldable con el dinero. Las grandes empresas no tienen miedo al brexit; el ciudadano de a pie, sí. Ferrovial, Telefónica, Iberia, bancos como el Santander o Sabadell poseen inversiones en Gran Bretaña. ¿Qué significa para ellos perder 500 millones de euros cuando son migajas de su imperio económico? Hoy todo es una borrachera de porcentajes sin más valor que el momentáneo en un mundo sometido a los mercados. Gordon Gekko decía en la película “Wall Street”: “el dinero nunca duerme” y el dinero es la gasolina el mundo en Madrid, en Londres, en Bruselas, Tokyo o Nueva York.

En este ansia de separatismo, ¿el 10 de Downing Street exigirá una reordenación del mapa geopolítico europeo? Dudo que el económico, cuya orografía cambia segundo a segundo, sufra alteraciones catastróficas. El dinero que se mueve en la City londinense, 5 billones de dólares diarios sólo en el mercado de divisas (Global Financial Centres Index), seguirá marcando el ritmo de los mercados sin pensar en las reestructuraciones nacionales. El brexit coleará hasta que el huracán político pase y los gobernantes se acomoden a la nueva realidad. Unos escupen bocinazos asustadizos, otros sienten miedo, todos se emborrachan en análisis pasajeros y, como siempre, la economía de mercado será la encargada de poner las cosa en su sitio. Algo es cierto: que los pobres de hoy seguirán siendo pobres con el triunfo del brexit y los ricos tendrán su caja fuerte bien custodiada en paraísos fiscales. Lo demás son chismorreos en otra tormenta del desierto.

Ha sido un jarro de agua fría sobre las tranquilas conciencias europeístas, quizás demasiado confiadas en el piloto automático con que el trasatlántico europeo se movía. Es una llamada de que algo no funciona en el viejo continente cuando uno de los doce miembros fundadores de la Unión Europea decide guillotinar el proceso que solidifique las bases de la Declaración Schumann.

El Reino Unido se marcha de Europa, Europa no abandona al Reino Unido. Tiene dos años para la desconexión absoluta, en términos catalanistas. El artículo 50 del Tratado de la Unión estipula que: "todo Estado miembro podrá decidir, de conformidad con sus normas constitucionales, retirarse de la Unión". El núcleo duro de Bruselas no ha tardado en pedir la negociación inmediata de los términos de salida: algo que no entra en los planes de Londres, que quiere pensar bien su estrategia de despedida.
Merkel, un día después del referéndum británico, sigue considerándole parte del todo sin restarle derechos. Está claro que la locomotora europea no quiere perder a uno de sus primeros vagones en el tren continental. Los políticos, la prensa, los tertulianos y los analistas se han dedicado a meter el miedo en el cuerpo de una Europa que se rompe, recordando a las predicciones más apocalípticas del PP. Y España sigue unida, con fisuras pero aguanta.

Ésta no es la primera vez que el Reino Unido se somete a una consulta sobre la permanencia en el organigrama europeo. El referéndum de 1975, cuando aún existía el nombre Comunidad Económica Europea, dio al sí como ganador. Los resultados de 2016 obligan a adoptar una mentalidad nueva en cuanto a la estructura europea. Como en un anuncio de concesionario, es el momento de que el gobierno entrante se muestre respetuoso con el medio ambiente: nuevos tiempos exigen nuevos cambios y nuevas mentalidades. Mientras la sangre no llegue al río, la lucha entre paneuropeos y euroescépticos descentraliza instituciones que se creían el ombligo del mundo.

Vivimos en un sociedad cargada de información perceptible por distintos canales. El término infoxicación fue acuñado por primera vez por Alfons Cornella, innovador tecnológico a través de su empresa Infonomia, en una conferencia en el año 2000. Alvin Toffler habla de la sobrecarga informativa en su libro “Future Shock” (1970). Tras conocerse el triunfo del brexit, hemos sido saturados por noticias que, con precisión de segundero, no han parado de superponerse.
La adrenalina informativa, poco a poco, ha ido calmado un tormentoso 24 de junio, marcado por el ritmo de la debacle bursátil. Dejando los resultados a parte, habría que felicitarse porque la votación ha discurrido entre cauces democráticos en el marco de una consulta popular. Sin embargo, el partido de Nigel Farage ha basado sus argumentos en el rechazo a la inmigración como uno de los elementos centrales de la campaña a favor de abandonar la UE. Claro que no es motivo de asombro cuando Dinamarca aprueba una ley para confiscar bienes a los refugiados o el anuncio, en septiembre de 2015, de que España acogería a 14.931 de un total de 120.000.

La palabra populismo está de moda, su uso desmedido ya resulta abusivo. Se le ha culpado de facilitar la victoria al brexit. Quien diga que su triunfo ha sido gracias a partidos políticos populistas no descubre nada nuevo. Si populismo es una “tendencia política que pretende atraerse a las clases populares” (RAE), ¿que partido político “legal” escapa de haber sido populista cuando en sus programas promete oro y luego ofrece humo? ¿Acaso no es populismo garantizar una baja de impuestos para, una vez instaurados en el poder, subirlos? ¿Quién es el populista y quién el político correctamente mentiroso?
Escuchar a Margallo sobre Gibraltar y el brexit produce risa: “Una bandera de España en el Peñón de Gibraltar está mucho más cerca”. Parece un vaticinio sobre el asalto español a la isla de Perejil, donde el invadido se convierte ahora en invasor. Los ingleses residentes en España tienen miedo sobre su futuro porque ven peligrar los cimientos de su vida paradisíaca, en la que la lluvia londinense se ha convertido en una postal lejana. No creo que en Benidorm las Apothekes dejen de compartir carteles con Pharmacy para denominar a una farmacia.

Sí, el brexit ha ganado. La política es un partido de fútbol donde sólo valen los extremos: o se gana o se pierde. ¿Qué es el 26-J español nada más que el paritorio de una obcecación política?
Lo peor de los radicalismos es concederles más importancia de la que tienen. Que el no británico impulse a los eurófobos no significa que haya que tenerles miedo, más miedo; sino desestimar el oportunismo culpabilizador en que basan sus intereses. Los delincuentes de la Democracia ya tienen medio camino recorrido canalizado el descontento popular a través de alternativas ultranacionalistas y xenófobas. Trump, Nigel Farage, Marine Le Pen, Umberto Bossi o Nikos Michaloliakos son reses a las que les gusta restregarse en sus propios excrementos. Hay mucho amante de la coprofilia con brexit o sin él.

Mientras la sangre no llegue al río, la lucha entre paneuropeos y euroescépticos descentraliza instituciones que se creen el ombligo del mundo.

 


JGS

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