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LAS VOCES DEL SILENCIO

PALABRAS SOLIDARIAS
Histórico

 

CINISMO SOLIDARIO
Aplausos del público ante personas con Síndrome de Down
tras la película “Los niños”

JGS

Película 'Los niños'
 

La hipocresía humana alcanza puntos que rayan lo caricaturesco. En el caso a tratar, esta impostura ríe la gracia a alguien por su condición como si supusiera una obra de caridad, estúpida e innecesaria.
Imaginemos un auditorio lleno de gente en donde la audiencia está invitada a participar del coloquio posterior. Por ahora, todo es correcto; la proyección del documental “Los niños” ha discurrido con la limpieza digital esperada y el tema (he aquí la trampa) ha tocado la fibra el espectador. Las luces se encienden y los asistentes esperan el coloquio posterior con Maite Alberdi, su directora. Las voces callan excepto las del entrevistador y entrevistado; el debate queda abierto a la participación general. La cinta recibe más elogios que críticas, el entusiasmo es general. La tercera entrega de Maite Alberdi en Documenta Madrid (no es una desconocida) aborda de manera directa y real el síndrome de Down. Sus protagonistas son niños grandes que huyen de la interpretación, enfrentados a la ficción durante setenta y tres minutos. Todo va como la seda, nada sale de foco; “Los niños” actúa como ventanal hacia un mundo desconocido con el que convivimos. La gente lo tiene claro: las personas con el Síndrome de trisomía 21 son grandes incomprendidas en la sociedad chilena, incluso marginadas. Maite pone el dedo en la llaga al denunciar el desinterés del gobierno sudamericano por abordar una tema políticamente ignorado, escondido. Ninguneado.
El coloquio posterior resulta más interesante que la cinta: enriquece y avergüenza al mismo tiempo.
–Gracias por su largometraje; instructiva e interesante; ¿cómo consiguió entrar en el mundo del Síndrome de Down?, ¿cómo fue la elección de los actores?, ¿los protagonistas siguieron el guión sin problemas?
Preguntas normales disparadas por mentes curiosas. Las aguas discurrieron tranquilas hasta que el moderador dio paso a dos niños pertenecientes a un escuela de danza para discapacitados con síndrome de Down. La primera intervención, natural y sencilla, despertó un coro de aplausos atronador; una euforia colectiva salida del corazón como obra caritativa alejada del respeto. Siguió un compañero suyo, y el palmoteo se repitió con mayor intensidad, contaminado por una hipocresía indignante en forma de contribución altruista a la concordia. Durante las intervenciones de varias personas sin SD, estos gestos de admiración y cariño se fueron de cañas. ¿Por qué no se aclama ahora y antes, sí? Acaso los espasmos provocados por el mongolismo son reflejo de agradecimiento, solidaridad o pena. ¿Que nos pasa?... De repente, apareció la referencia cinéfila de “Plácido” con la intemporal idea cristiana de “siente un pobre a su mesa” (por Navidad). Cuanta gana de desempolvar el ego humano ante la discapacidad descubierta por Jérôme Lejeune.

Tanto cinismo de sensibilidad embotada en amor barato pone la piel de gallina. Tanto aplauso santurrón levanta la indignación más absoluta hacia el respetable mientras su receptores, discapacitados con Síndrome de Down, merecen una disculpa inmediata. Aunque, en este momento avanzado del encuentro, decir discapacitado ya no está de moda; suena feo, anticuado, incluso ofensivo.
A veces me arrepiento de pertenecer a la especie humana, partícipe de un carnaval burgués: una orgía de excesos compasivos que justifican, de manera natural e inconsciente, la existencia de un corazón lleno de vanagloria putrefacta.
El espectador que asistió a la proyección de “Los niños” se convirtió en factor peliculero de su propia novela esperpéntica. Fue metalenguaje cinematográfico henchido de fraternidad corrompida.

 


JGS

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