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LAS VOCES DEL SILENCIO

PALABRAS SOLIDARIAS
Histórico

 

CATALUÑA: Y AHORA, ¿QUÉ?
La resaca que esperábamos todos produce
un desencanto inesperado y asusta a partes iguales

JGS

Después del 1-O, ¿España está ante una fractura nacional sin precedentes?
 

Puigdemont dice que Cataluña se ha ganado su soberanía. Mientras una parte jalea exaltada los beneficios y los contratiempos de una jornada tumultuosa; otra, calla estupefacta. Nadie permanece impasible. La violencia se ha derramado de una bandeja sangrante, la contundencia policial empañó este intento de referéndum ilegal. El caos y la vergüenza internacional juegan el mismo partido en la misma liga aunque con balones distintos. Las pelotas de goma se impusieron por goleada anti deportiva. El impacto visual de los porrazos policiales han ganado la primera batalla y han sido portada internacional que ilustra una realidad, catalana y española, errónea. La DUI crece como grito de guerra entre indignados catalanes pro independentistas con más fuerza y Carles Puigdemont se crece en su fortín nacionalista reforzado por el desmán callejero. Nadie deseaba que el enfrentamiento llegara hasta estos extremos. Ha servido de espoleta inesperada para impulsar el salto independentista de Puigdemont. Rajoy y el presidente de la Generalitat son culpables de esta confrontación: culpables por no sentarse a debatir antes, por no comenzar un diálogo rupturista con las posiciones intransigentes que, al parecer, ambos defienden. Cada uno sigue parapetado en la comodidad de su búnker mesiánico imitando al retrete de Fernando VII. A partir de ahora, la cagalera va a ser continuada aunque aguanten estreñidos los asaltos. Uno, empujando sin evacuar; el otro, conteniendo hasta regurgitar.
Puigdemont se siente representado por los resultados de esta votación clandestina e ilegítima. Mal parida y huérfana.

Sin conocer los resultados de una farsa circense, propugna llevar al Parlamento la entidad soberanista. En la plaza de Cataluña, los manifestantes abrazan una independencia ideológica con el corazón, coreando Els Segadors, símbolo del independentismo.
El 2 de octubre, todos nos despertamos con los nervios focalizados en la misma pregunta: y ahora, ¿qué? Cinco días después estamos hartos de su compañía lardosa. El 2 de octubre transcurrió entre conjeturas, el caudillaje de algunos nombres propios, cargas policiales, arengas, diseño de fronteras imaginarias, intranquilidad general y esperanza de que la conflictividad experimentada no fuera a más. El 2 de octubre, paradojas de la Historia, fue el Día Internacional de la No Violencia. España respiró algarabía pública y nervios escondidos.
Rajoy dijo: ‹‹hemos hecho lo que teníamos que hacer››; y yo me pregunto: ¿que ha echo el presidente del gobierno central? Y continuó: ‹‹yo no voy a cerrar ninguna puerta›› como invitación a un diálogo directo con las fuerzas políticas. ¿Esto excluye al PDeCAT en las negociaciones? Es una proclamación muda, en otro hito de su dialéctica política, de ‹‹yo no negocio con terroristas››. ¿No es el momento de comenzar por cauces cordiales un proceso independentista mal arreglado? Es más fácil que el ciudadano de a pie ofrezca soluciones racionales capaces de superar el disenso de políticos tarados.

La furia callejera está siendo sustituida por el nerviosismo de los mercados y eso de que la pela es la pela deja de ser un axioma exclusivamente catalán. La dureza de algunas imágenes han eclipsado otra más agresiva: la falta de diálogo entre los llamados actores políticos. En vez de tanta carga retórica, ¿no sería momento de investigar el por qué de esos incidentes?, identificar su procedencia con nombres y apellidos. Depurar responsabilidades sin chivos expiatorios y asumirlas con pundonor.
Hasta el mundo del fútbol ha sido tocado por el tsunami catalán. Que un futbolista opine de política no debería ser noticia; el manoseo constante de sus palabras las han convertido en lo que no pretendía. ¿Acaso es dios? Porque si es así, los agnósticos deben de sentirse marginados ante el protagonismo concedido a sus palabras. Las lágrimas de cocodrilo oportunista también manipulan.

El independentismo de Puigdemont se ha convertido en un falso tamborilero del Bruc que busca, a toda costa, expulsar a España de la soberanía catalana. Y mientras, Madrid se comporta como la voz callada del inmovilismo que hace de los vínculos geográficos cadenas perpetuas. Empezar a separar, en las conversaciones privadas, catalanismo y españolismo es el primer error para fomentar la desunión, ahora, menos necesaria.
Todos nos preguntamos: ¿por qué hemos llegado a este desbarajuste minoritario que pagamos todos? Esperan días aciagos.
No quiero que Cataluña se vaya de España; en todo caso, que los políticos incompetentes abandonen.

 


JGS

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