En Navidad, alimenta el espíritu no el estómago porque luego viene los kilos de más, las dietas exprés, las caries inesperadas y todo el empacho que acarrea un disfrute convertido en celebración. El ritual consumista ha eclipsado la necesidad de sosiego; su ruido alborota la paz con fuerza bulliciosa. Nos hemos enganchado a disfrutar entre cánticos populacheros cuya letra se ha adaptado a los tiempos mientras se revelan disfrazados de monigotes panzudos. Papá Noel, embajador cultural del ocio materialista que ama la globalización, se acerca en patera tirada por renos estelares. Los camellos siguen las huellas que marca el GPS. La ilusión se confunde con el ansia, el recogimiento con la hiperactividad, el yo con el eso, las emociones se envuelven en papel brillante; los sueños, en probabilidades de San Ildefonso. Del si toca se ha pasado, gracias a una estrategia publicitara efectiva, al dubitativo no vaya a ser que te toque recitado con risa de pistolero amenazante. La calidez que los personajes de Plácido, si la alejamos de su lema propagandístico «siente un pobre a su mesa», ha desaparecido como la nieve navideña.
Alguien adelanta la festividad gastronómica de Nochebuena al aperitivo del 22 abriendo la barra libre para soñar. Se respira aire menos contaminado aunque igual de sucio, se convive con la corrupción disfrazada de pastorcillo u oveja descarriada dentro de un belén caótico. Los villancicos son el origen de carrasperas parlamentarias hasta que las afonías se humanizan. Este año, ¿cuántos regarán la Navidad con cava catalán? |
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Navidad se identifica con el verbo soñar mientras adorna el calendario con lentejuelas pasajeras. Se encara carbón e incienso en un enfrentamiento clasista impulsor del bueno y el malo, amante del castigo y la recompensa. La paz observa secuestrada cómo las transaminasas se rebelan en Navidad; desaparece, se opoca, huye aterrorizada por el agobio civilizado.
Lo único cierto de estos días es la admisión, cabizbaja para la mayoría, de que el azar es una posibilidad infinitesimal destinada a unos pocos. Sonreímos por obligación, lloramos por devoción, se maldice la rutina laboral e ignoramos la brecha salarial, camuflada por una paga extraordinaria que aprovechan las grandes superficies y otros dueños del monetarismo navideño. En definitiva, disfrutamos de una vida paupérrima envuelta en guirnaldas transitorias, fun fun fun. |