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LAS VOCES DEL SILENCIO

PALABRAS SOLIDARIAS
Histórico

 

LA MUJER-OBJETO EN MI IMAGINACIÓN
La interpretación de una mente mirona sucumbe ante el raciocinio

JGS

Antes del 8M, Día de la Mujer Trabajadora
 

El metro de Madrid es un acuario en cuya panza se revuelven especies de lo más variopinto. Las idas y venidas responden al movimiento pendular constante de la monotonía civilizada; el olvido y el recuerdo, a veces, convertidos en presente continuo. Una megafonía insistente, y metálica, insinúa que mañana es 8 de marzo; mañana es el Día de la Mujer. Los habitantes del suburbano, unos más que otros, llevamos semanas preparándonos para esta celebración. La mujer araña con velocidad de caracol cautivó su conquista del espacio social gracias a que la palabra conciliación comparte techo dentro de una sociedad en busca de la igualdad. Hoy es 7 de marzo y la ilusión va por delante del momento aunque la rutina campee entre los semáforos. Este año, el 8 no quiere ser una fecha repetitiva sino la pisada que marque el inicio de una carrera en la que el vocablo igualdad parte como favorito en todas las apuestas. Aunque nadie hable de ello, casi todos lo tenemos como pensamiento principal, aunque se haya convertido en coletilla parlanchina, –¡mañana harás huelga, ¿verdad?–, quien no se siente implicado en la materia. Es el tema estrella para iniciar una charleta que termina divagando con lo de siempre: la familia, el trabajo; también se convierte en cómplice de los puntos suspensivos que dan grafía al silencio sentenciador.
La lucha de mañana mediatiza el presente para convertirse en especial como especiales son los pasos de la gente, las miradas, los comentarios de Facebook, la necesidad de despertarse enganchados a las redes sociales, palpita el deseo solidario, e irreprimible, de comunicar que mañana será 8 de marzo. Idas y venidas, pisadas, murmullos, sombras, bostezos, esperas, nervios por la tardanza del transporte subterráneo. En medio del caos invariable hay un tiempo para observar a quien roza tu presencia esperando como tú.

Lo que ayer era normal hoy se ha convertido en el fuero de una imaginación más sutil. Las personas se llenan de protagonismo, sus actos de simbología. A escasa distancia, una mujer agotada en su baja estatura se derrengaba aplastando la dureza del asiento mientras el vagón cogía carrerilla. Calzaba unas deportivas empolvadas con arena sucia y suavidad desgastada; nos cruzamos miradas como de verdugo a acusado. Con cuidado, extrajo de una bolsa dos botines que posó en el suelo acariciándolo. Su rigidez de cuero plastificado imponía frente a la comodidad flácida del pie femenino embutido en la zapatilla proletaria. El calcetín se desembarazó de este sarcófago torturador para exhibir una piel acartonada y sinuosas curvas en un acto de erotismo inadvertido por sus compañeros de viaje. El sentido sexual de algo tan simple como es cambiarse de calzado se convirtió en objeto de análisis psicológico. Mi estudio de esta mujer desconocida, que alguien podría considerar fetichista, me recordó al bombazo informativo originado que despertó Nicola Thorp, despedida por negarse a llevar tacones al trabajo en su estreno laboral. Y, atónito, me pregunté cómo he llegado a ser, sin quererlo, cómplice de un juego interpretativo que daba tanta importancia a una rutina militante por obligación. Ser mujer trabajadora no es más trascendental mañana que hoy.

No sé si he visto a una princesa ponerse sus zapatos de cristal o a una pobre mujer doblando el espinazo para mantener contenta a una sociedad que fortalece las desigualdades en postura fálica. No puedo quitarme de la mente la figura de esa estampa real sin carroza, ni a Patricio, protagonista de la película El traje (Alberto Rodríguez): ese inmigrante que se gana la vida en un garaje sevillano y, en pago de un trabajo, recibe como regalo un traje casi a estrenar.
Quizás todo haya sido una monomanía, un broche metafísico de mi mente retorcida masculina que ha querido aprovechar el calendario para explotar su imaginación oportunista.

 


JGS

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