Los pájaros cantan, las nubes se levantan, la almendra central de Madrid se suma a la etiqueta ecológica. Por necesidad. El proyecto estrella de Manuela Carmena ha entrado en funcionamiento pisando fuerte e ilusionado. Sus 472 hectáreas pasan el bastón de mando a residentes y peatones mientras los humos políticos siguen contaminados. El corazón capitalino se convierte en espacio limpio de polución automovilística con denominación de origen. Hoy, pasos y opiniones encontradas comienzan a ganar la batalla a la polución galopante que nos asfixia. La Gran Vía, calle por excelencia, dejará de ser esa aglomeración de ruedas calientes y pitidos enfurecidos. Con Madrid Central nace un proyecto de convivencia pacifica entre el peatón y el tubo de escape para que circulen de la mano, saludándose y mirando a un cielo más limpio, menos gris, chulo como buen madrileño castizo.

La lucha contra la contaminación se ha desatado en Madrid, impone la ley de la razón que el tiempo dará sentido. La alcaldesa empatiza con el trinar de los pájaros; otros, se lanzan a su yugular defendiendo la mala estrategia de un plan necesario que Esperanza Aguirre quiso enterrar con túneles. La Ley antitabaco entró en funcionamiento el 2 de enero de 2011; antes, Enrique Tierno Galván cerró el parque del Retiro al tráfico rodado y los gritos aterrorizados se encendieron. También hubo voces defendiendo al comerciante como señuelo electoral, opuestas a la peatonalización de las calles Arenal y Fuencarral, y ahora todos contentos. Siempre tiene que haber encontronazos dialécticos ante las medidas reformistas que, por naturaleza, suenan descabelladas al continuismo. Se puede discutir sobre su planificación, por qué ahora y no antes, el costo urbanístico y económico o la calidad de los materiales usados pero, como el buen vino, el tiempo termina asentando su madurez.

Me asusta la comercialización de un proyecto destinado a vigilar nuestra calidad de vida donde el ansia desaforado de consumir encuentra futuro. Quienes el presente es pasado imaginan una Gran Vía transformada en enorme paseo comercial animado por transeúntes escondidos entre bolsas llenas de sueños efímeros, en un jardín del consumo desequilibrado y torcido. No me gustaría ver esta Gran Vía, y aledaños, respirando aires de avenida comercial. Seguro que, entones, ningún comerciante de los que ahora se quejan rechistará. Me alegraría una Gran Vía destinada al paseo tranquilo y la contemplación de su arquitectura desconocida, las puestas de sol coloristas no de un enorme parque temático del comercio indiscriminado. La descongestión impulsada por el equipo de Manuela Carmena e Inés Sabanés ha llegado para quedarse.