La voz desgastada y muda del pueblo expulsado de su hogar llora con impotencia mientras se secan sus raíces. El dolor convierte la tristeza en momentos de alegría forzada para sobrevivir. La obra de Jesús Arbués es el relato de un camino tortuoso, el despertar de fantasmas vestidos con la túnica raída del desamparo existencial, la prueba del autoengaño para poder seguir vivos, relatos de vidas anónimas fundidos en la voz de dos interlocutores, actores representando papeles opuestos dirigidos por un guion reconciliador, emoción y frialdad, corazón y análisis, ejemplos explicativos de la historia, voz de lo vencidos, palabra de vida y muerte. Es un relato escalofriante, aunque poco aprovechado dramáticamente, de inquilinos forzosos de la desesperación, ruinas andantes de los bombardeos, un empezar a vivir de nuevo, morir y renacer, maldecir el destino y confiar en él. Los campos para refugiados se convierten en rediles de exterminio vestidos de solidaridad cínica, soldados convertidos en vigilantes, fusiles siempre en alto, zapatos rotos y chaquetas raídas, estómagos vacíos gruñendo hambrientos, de olor a soledad acompañada, de caminos colapsados, de caravanas silenciosas enfiladas militarmente como una mancha sobre la nieve, un ejercicio obligado de consideración.
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En 1939, los españoles derrotados en la contienda que desmoronó un país unificado por la dictadura franquista fueron despojados de todo excepto su dignidad. No recuperar la historia fomenta su desconocimiento. Ligeros de equipaje es una fotografía congelada en instantes magnéticos desde Chema Madoz hasta Robert Capa. Hablamos de historias sin nombre, una mención a los olvidados, la devastación y la ausencia. El reflejo de lo mejor y lo peor del ser humano.
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