La repetición de elecciones generales, por cuarta vez en cuatro años, ha dejado de ser una amenaza para convertirse en atentado. Cada uno que piense lo que quiera, y que actúe en consecuencia, pero el desierto político español se ha emponzoñado con un chaparrón de ineptitud cabezona y aberrante. Las arenas movedizas que han ido ganando terreno al entendimiento nos han arrastrado a todos. El consenso ha sido un burro hipnotizado tras el espejismo de una zanahoria contaminada; un asno díscolo jugando con su ego constitucionalista endiosado; un vampiro a la busca de morder algún Ministerio.
Estoy cansado de votar a unos impresentables que confunden la gestión política con los mandos de un videojuego. En los últimos comicios hubo población que depositó su papeleta con la mano temblorosa, y la boca pequeña, por miedo al ultranacionalismo de VOX. ¡Que las ideas manipuladoras se queden en casa! Voto mi derecho a no votar, sin trampa ni cartón. La falta de consenso conduce a la decepción absoluta, al orden caótico. Los políticos que tenemos, lejos de representar a la sociedad española, la han manchado con pataleo niñato, de cacicada. La decepción que han creado debería empujarlos a dimitir por coherencia moral. Dicen que la abstención beneficia a la derecha pero la incapacidad política de ponerse de acuerdo se ha pronunciado en contra de esa estabilidad que, ¡todos! tanto quieren. ¿O será que cada uno la entiende a su manera entre berridos de Frank Sinatra mafioso? |
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