El planeta se nos va de las manos y Greta Thunberg llega a tierras españolas convertida en una pieza relevante de la COP25. Los mandatarios mundiales debaten aislados en Madrid sobre un problema común: nuestro futuro ecológico (que hoy es decirlo todo). Los ojos de la plebe, y el telón informativo, se centran en la llegada de esta niña nórdica que se mueve por el mundo a golpe de catamarán. La jovencita convertida en figura mediática levanta pasiones por donde pisa mientras sus enemigos son promotores del negacionismo. ¿Los escépticos también se incluyen? Su cercanía a Madrid es más real, los corazones palpitan con intensidad salutífera, su figura pierde el halo de intocable. Los medios de comunicación han encumbrado su poder, Internet lo ha divulgado a velocidad ultrasónica, el momento de palpar la verdad corpórea está próximo. Su relación con el magnate Ingmar Rentzhog, presidente de un laboratorio de ideas, le ha concedido un prestigio internacional creciente. El movimiento reivindicativo Fridays for future, según The Sunday Times, le dio la fama. Ha dejado de ser anécdota para trasformarse en constante noticiosa. Los detractores se han cebado con la imagen débil que se esconde tras la pancarta preguntándose si es una marioneta de corporaciones empresariales con intereses medioambientales, impulsoras de una autocrítica encubierta destinada a aumentar sus beneficios. ¿El anuncio acelerado de la muerte ecológica puede ser el motor de su cabecera empresarial? ¿Greta se lo habrá preguntado? ¿Se lo podremos preguntar en Madrid? ¿Se lo preguntarán? El espíritu criticón español comienza a funcionar.
La polémica está servida desde que su embarcación libre de contaminantes aparcó en aguas lisboetas tras una travesía larga con tufo a carabela moderna. Los últimos 800 kilómetros, con olor a tierra y metal, fueron un calvario para la activista a lomos de caballos de hierro. El trayecto español del Trenhotel Lusitania no está electrificado hasta Salamanca y la tracción a diésel es obligada. Su llegada alimenta ilusiones y críticas, genera esperanza e incredulidad. Las impresiones encaran frases posicionadas entre ¡menuda guerrera! y ¡es una niña menuda! Unos y otros se han acostumbrado a la boina grisácea que cubre Madrid. ¿Hay algo más castizo?... El transporte con Greta se lanza desesperado a los brazos de Chamartín. Los periodistas se agolpan frente al andén como quien espera al familiar portador de regalos por Navidad. Sin intención de firmar autógrafos, su llegada ha producido revuelo y conmoción. Como una estrella de rock solidaria con el medio ambiente, ha pedido escolta policial formada por coches eléctricos. Sí, Greta Thunberg es de carne y hueso; una nube de presencia frágil. ¿Qué esperábamos? |
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