Desde que el vídeo mató a la estrella de la radio, el consumismo ha aniquilado el corazón de la Navidad. Los niños ya no se dedican a pedir juguetes sino a recomendarlos. Las marcas comerciales que están detrás han visto en su opinión un negocio lucrativo. De esta manera, se salta las normas sobre publicidad y ética; les importa no les importa la utilización de críos y adolescentes para promocionar sus productos, convertirlos en objetos explotados y, esto no es novedoso, incentivar los estereotipos. Los niños publicitan muñecos diabólicos y juegos destructivos mientras que las niñas se dedican a mantener casitas relucientes, sueño de la generación nini. Las empresas jugueteras se han dado cuenta de los cambios en la forma de atraer al público a su público desvalido; internet se está usando mal y a ellos no les importa. Los chavales ponen rostro a la venta con carita dulce y grito de alegría familiar. La señora de Avon desaparece.
El lenguaje vinculado a una forma de comercio nueva también ha cambiado. El verbo desempaquetar juguetes ahora se dice unboxing. Este anglicismo se carga de adrenalina al abrir el regalito con ansias de concursante. Los churumbeles se apellidan youtuber, mini instagramer, little influencer. Los peques se sorprenden compartiendo la posesión con imágenes envidiosas. El navegante es admitido en la gran familia de Youtube, se ha enganchado al mono de la compra compulsiva que usa y arrincona. Esta droga nueva está infiltrándose en las familias como elemento grupal; su poder nuclear es sobresaliente y la capacidad destructiva del nido, abrumadora. El entretenimiento se atroncha mientras vive el instante con eternidad neurótica.
Se compran juguetes a través de una red social llama Navidad de tendencias. Las plataformas infantiles son controladas por adultos manipuladores; por la industria del ocio convertida en negocio. El juguete es una marca y el emisario de dicho artefacto, una catapulta recubierta de inocencia infante. Lo peor es que la regulación publicitaria no se pone manos a la obra para atajar este abuso.
La carta a los Reyes Magos ha sido sustituida por la compra en línea. ¿Dónde están las herramientas de control parental contra esta plaga? Los contenidos se filtran con algoritmos de compra, la oferta inunda mentes dirigidas, embota el criterio personal. Los chavalines, en Navidad, interesan más que nunca; algunos se promocionan como dioses de un Olimpo virtual que permite el todo vale para encasquetar el artilugio de moda. Jugar es bueno; que jueguen con las personas, encima más pequeñas, dañino.
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