Las raíces históricas del 8 de marzo están claras, el futuro sigue negro. Las muertes y los asesinatos contra mujeres eclipsan la luz del día. El ciudadano con sentido común se indigna contra los comportamientos machistas. Las instituciones dicen colaborar en su erradicación pero el mal avanza como un virus silencioso antes de que el COVID-19 colapsara la globalización. La rabia y la protesta están en el aire con más fuerza que nunca. Hoy toca manifestación, batucada reivindicativa, pancartas, foto para la prensa, lectura de un manifiesto: es momento para intensificar la presión sobre instituciones que mantienen viva la guerra de sexos. Lo normal en un día así. El resto del año, la irritación sigue presente pero sin una visibilidad impactante. Los pañuelos de la solidaridad acogen lágrimas impotentes. Vivimos en la sociedad del barniz informativo que devora noticias sin analizarlas para compartirlas a través de redes sociales y otros mecanismos comunicativos más directos y, a la vez, adulteradores de la verdad. Todos opinamos de todo porque tenemos derecho y herramientas. Hoy toca exteriorizar no interiorizar. Mañana, ya veremos.
El 8 de marzo, más que ayer y menos que mañana, se convierte en aperitivo tertuliano que rellena espacios informativos. Los encuentros y desencuentros son más palpables; la irritación habla con claridad mayor; el atraso social que enfrenta personas e ideas; las injusticias sobre las mujeres adquieren un protagonismo necesario para su desaparición. La lucha está en las calles, en las aulas, en la familia -cada vez más descentralizada- y en uno mismo, sujeto activo de trifulcas entre víctima y abusador. La escusa ‹‹es algo de dos›› hace un servicio flaco a la erradicación de un problema que, cada vez, es más continuado. Tampoco sugiero que nos convirtamos en la policía del barrio pero el silencio nos hace cómplices.
El baile mareante de cifras es una pandemia sociopática que no distingue entre respeto y pertenencia. No soy feminista, ni militante, ni racista, ni feminazi, ni negacionista, ni de Vox. Tampoco creo jalear sentimientos homófobos. No me gusta demostrar solidaridad a través de símbolos manipulables ni creo que sea bueno hacer de la igualdad una bandera política que el radicalismo ha convertido en identidad. Mientras se siga luchando por una igualdad entre el hombre y la mujer es que algo sigue sin funcionar. Significa que las diferencias aún existen, por desgracia.
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