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TRES, DOS, UNO, CERO
La cuenta atrás para ¿reformar? la Casa Blanca

JGS

El reloj electoral comienza su cuenta atrás en Estados Unidos
 

En 2016, los pronósticos daban el triunfo a Hillary Clinton en las elecciones a la presidencia de Estados Unidos. Luego ocurrió lo que todos conocemos: Donald Trump arrasó en las urnas y las calles, el populismo se impuso a la cordura. La confianza se ladeó hacia alguien que, antes de jugar a ser presidente, hizo sus pinitos en la televisión como hombre espectáculo. Y utilizó la misma estrategia en la política. Todas las encuestas lo tenían claro: Hillary era la candidata perfecta para suceder a Barack Obama; Donald Trump, el desencadenante para despertar la tormenta idónea. Cuatro años después nos encontramos en la misma recta final de los inquilinos de la Casa Blanca. Cada cuatrienio sucede lo mismo entre abatimiento y euforia fieles. El resultado ajustado, los pucherazos, los insultos, el cabreo y la euforia políticos es lo único que no ha cambiado ni lo hará. Quien dé a uno u otro por ganador definitivo está cayendo en una ignorancia del fervor electoral. Sólo quien se deje llevar por la cortina de las estadísticas, poco fiables afortunadamente, es postulante al error. El mundo sería un caos si todos los plebiscitos estuvieran supeditados a sondeos demoscópicos que restan tensión y entusiasmo al proceso electoral. Aunque lo que excita, ahora, en Estados Unidos es el enfado y el descontento.

La existencia de un presidente que, a pesar de haber cumplido con la economía, se ha dedicado a recortar derechos básicos con puño drástico y consecutivo ha crispado un ambiente malsano. Llegó con la intención de hacer grande a América y mintió. Estados Unidos es un monstruos con cuarenta millones de tentáculos que acarician una pobreza creciente superada por la permisividad armamentística. El rico es más rico y el ciudadano medio se empobrece con mayor rapidez. Nada diferente respecto al resto del planeta. Se puede decir que, en este sentido, Estados Unidos somos todos.

Nos jugamos la estabilidad internacional en estas elecciones. El destino general está en las manos de la nación más poderosa, con permiso de China. Es posible que Joe Biden no sea el mejor aspirante pero sí es el menos malo. Quizás muchas personas no voten a la opción demócrata por su programa político pero cualquier cosa en buena antes que mantener a Trump otros cuatro años en el despacho oval. Si pierde unas elecciones tintadas por el enfrentamiento agresivo, este financiero político se apoltronará en la Casa Blanca como buen soldado peliculero. No aceptar una derrota, como ha afirmado, consolida una dictadura apoyada por la farsa electoral que defenderá. Sólo la Guardia Nacional podrá desahuciarlo con honores. Biden no monta espectáculos y deja la parafernalia alborotadora al circo de Trump. Su mejor ataque es no caer en la red de la provocación republicana mientras espera en su madriguera. Si él es el ganador, ojalá se comporte como Joe Biden sin imitar a Barack Obama. Si Donald Trump vence, el coronavirus será una minucia a su lado. El voto anticipado ha superado las expectativas. Su incremento puede ser un dato atribuible a la pandemia.

Dicen que a la tercera va la vencida y Joe Biden puede hacer que el sueño se convierta en realidad después de las primarias en 1988 y 2008. Está claro que si Trump tiene que irse llenará de ponzoña las alcantarillas de la política hasta atascarlas. Que el absolutismo democrático gane tampoco despeja los nubarrones de la hegemonía trumpista. Biden, si entra, se enfrenta a la tarea de restaurar la dignidad que el gobierno norteamericano ha perdido estos cuatro años. La continuidad, tenga la cara que tenga, no es buena para nadie.

 


JGS

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