La carrera para conseguir una vacuna contra la COVID-19 ha dado una zancada de gigante. El anuncio ha de tomarse con moderación. El cabreo de la hostelería ha encontrado un pequeño se abrirá próximamente aunque esta expectativa no garantiza una fecha fija. Los laboratorios han excitado las Bolsas con más fuerza que el oro o el auge del petróleo. La salud, ahora, es un activo que se cotiza con mayúsculas. Los esfuerzos están dando sus resultados con el anuncio de una solución capaz de contrarrestar los efectos pandémicos que han paralizado al mundo. Mientras los políticos siguen enfrascados en sus insultos víricos, la ciencia y la industria farmacéutica presentan el fruto de sus investigaciones. El fervor popular e informativo se ha disparado; parece que vemos luz en lo que que todavía es una niebla menos opaca.
Pfizer garantiza la eficacia del 90 por ciento en la fase tres de su antígeno. Los porcentajes aseguran un éxito que todavía anda con tacatá en la práctica. Este logro nos da un respiro que no significa bajar la guardia contra el coronavirus. No se trata del aliado perfecto para contener su avance. El triunfalismo puede jugar una mala pasada. Se ha conseguido algo pero el anuncio como principio del fin es un espejismo a evitar. La esperanza puede desacelerar su importancia con ilusiones falsas. Es un descubrimiento médico que, como cualquier hallazgo científico, exige cautela. Su hallazgo no justifica una laxitud impropia de nuestra parte.
Los mercados han saltado por los aires de alegría. Los argumentos callejeros dan la bienvenida a otro Mister Marshall con demasiada prontitud. En 2020, cuando todo es mercantilismo, la investigación se mueve gracias al impulso capitalista y esta lucha, sin financiación, no podría avanzar. Hablamos de mucho dinero puesto por manos particulares. Hablamos de un negocio con dimensiones estratosféricas, hablamos de inversiones que esperan ganancias milmillonarias, hablamos de una exigencia legítima pero también hablamos de especulación. El propietario de esta vacuna debería mirar por su accesibilidad mundial. Si se convierte en artículo de lujo, ¿cabe la posibilidad de un genérico? Pensar no está de más. Ojalá que estos monstruos del negocio farmacólogo no conviertan un descubrimiento en chanchullo si escrúpulos. ¿Qué es más valioso: una patente o una vida humana?
La Comisión Europea anunció a principios de septiembre que había llegado a un preacuerdo con BioNTech y Pfizer para adquirir al menos 200 millones de dosis de su defensa contra la COVID-19 (que podría ampliarse hasta 300 millones). Las acciones de Pfizer y BioNTech se han disparado en Wall Street. El turismo dinamiza el IBEX-35. Se pronostica fabricar hasta 100 millones de dosis para finales de 2020 y más de 1.200 millones durante el próximo año. ¿Habrá guerra de precios, el hielo seco necesario para su conservación será más preciado que el oro? ¿Cómo se organizarán los calendarios de vacunación? ¿Aceptaremos de buen grado priorizar a la población más vulnerable o todos fingiremos ser ancianos? Habría que advertir a los fumadores que triplican casi las posibilidades de desarrollar una infección por coronavirus. La llamada serviría para que los optimistas luego no pidan la hoja de reclamaciones si adictos crónicos al tabaco.
Si ahora nos relajamos y olvidamos las medidas profilácticas, ¿para qué tanto esfuerzo e inversión? Los efectos secundarios están presentes en el hallazgo. Esta bienvenida debería advertirlos más allá del prospecto. Algunos como dolor local en el lugar del pinchazo, fatiga, escalofríos, dolor de cabeza y muscular, fiebre o trastornos del sueño fueron experimentados por algunos participantes en los siete días siguientes a la inyección. En España, los casos de infección por coronavirus aumentan sin control, nos estamos acostumbrando a convivir con el virus entre resignación, impotencia y enfado. Que nadie dibuje sonrisas demasiado visibles por responsabilidad. Ni el apoyo ni el agradecimiento a la comunidad científica van por ahí. La batalla por conseguir la fórmula mágica necesita cristalizar en la población. El reposo del optimismo eufórico es una forma inteligente de aceptar este hallazgo.
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