Dennis Hopper cabalgando por el asfalto en Easy Rider es un clásico mental que nos remite a Woodstock. Ang Lee se sumerge en la época dorada del jipismo cuando una generación emergente construía el mundo con flores. La contracultura de los años sesenta se movía a ritmo de su música lisérgica. La reunión musical en una granja neoyorquina de 240 hectáreas marcó un antes y un después artístico. El aura de sueño tangible comandaba los pasos de un idea tan loca como brillante. La inexperiencia de su promotor tenía más corazón que plan empresarial: los beneficios no estaban por encima del proyecto. La libertad expresiva era un potro salvaje juvenil, los puritanos se rasgaban las vestiduras ante sus cambios aunque también hubo vecinos que vieron los huevos de oro a un gallinero sin explotar. La industria del entretenimiento encontró un filón de magnitud desconocida. La reunión en una granja neoyorquina de 240 hectáreas marcó una antes y un después en la sociedad. El mérito para que tres días alocados brillaran fue de esa audiencia desconocida que sintonizó con un karma especial. Las caravanas de peregrinos inundaron las carreteras con cabalgatas de la paz para disfrutar amor libre con música en directo durante tres días. Destino: Woodstock no es electricidad sonora sino amor y paz, ying-yang, LSD, sexo libre y el comienzo de un negocio mundial. |
|
 |
|
|
|
El festival que Elliot Teichberg y Ang Lee han querido reproducir fue el nacimiento de una nación. Su fundador personifica un sueño y el respeto del autoritarismo paterno.
Los sesenta fueron años convulsos: Malcolm X, líder de la Nación el Islam, es asesinado; la repulsa hacia la guerra del Vietnam se intensificó en el primer debate universitario contra esta contienda (Teach-In); Timothy Leary pronució Turn on, tune in, drop out (Colócate, vive, no vayas a la guerra); el Festival Pop de Monterry albergó a bastantes músicos que estarían en Wodstock; se vivió el Verano del Amor en San Francisco; mataron a Luther King; luego cayó Robert F. Kennedy; Levi´s vende sus primeros pantalones acampanados; The Who publican la ópera rock Tommy; hay disturbios de Stonewall contra la comunidad gay; se pisa la Luna y aparece La Feria de Música y Arte de Woodstock de 1969. La locura pacífica se desata. |
|
 |
|
|
|
Destino: Woodstock es un descubrimiento pequeño de los entresijos que impulsan un evento social que alcanza dimensiones inesperadas. Los problemas sociales se abordan con la fuerza de la no violencia. El éxtasis deja un trasfondo amargo que durante tres días se olvidó. La película de Ang Lee expone un gusto por el estudio de las dinámicas generacionales. Sus imágenes ejercen una función reproductiva de lo ocurrido aquel desmadre veraniego. El tiempo no ha madurado la percepción del festival. La diversidad de personajes que alimenta este cónclave posee un valor testimonial, incluso nostálgico. El espíritu de sus colocones es pieza de museo antropológico. El consumo de droga místico choca con la velocidad del chute actual. Elliot Teichberg descubre la sexualidad gracias a Woostock. La emancipación llamó a su puerta y escuchó la voz de Shiva. |
|
 |
|
|
|
La banda sonora que documenta el trabajo del director taiwanés se pierde en la sucesión de iconos como The Grateful Dead, Jefferson Airpalne, The Doors, Country Joe and The Fish y una grabación nueva de Freedom, de Richie Havens. Woodstock supuso la fibra óptica del momento, el Internet de los años 60.
Ang Lee ha recreado una fábula localista con dimensiones interplanetarias. Los planos a vista de pájaro ofrecen la dimensión más completa del entorno. La juventud de entonces fue testigo de una época irrepetible. Entre los jipies de entonces corría un dicho: ‹‹Si te acuerdas de Woodstock es que nunca estuviste allí››. |
|
| |
|
|
|
| |
|
|
|
La
revista Photomusik no se hace responsable
de las opiniones de sus colaboradores
expuestas en esta sección.
Texto: www.photomusik.com
©
|
