El tema de los malos tratos no es nuevo en el cine. El tratamiento ofrecido por “Expediente 39” , sí. ¿Está justificada una muerte para salvar vidas? Se respira el aliento de mentes perturbadas presas del miedo a lo incontrolable. Víctimas y verdugos; amor y odio.

Lo que se avecina como otra cinta de terror para usar y tirar se convierte en una pesadilla psicológica en la que todos sus personajes se encuentran involucrados. Se trata de una película de duración prolongada para lo que cuenta, con un final que parece no llegar nunca. Christian Alvart, director aclamado en Europa por “Anticuerpos”, muestra su inteligencia fílmica al no abusar de los efectos especiales ni de los tópicos que caracterizan a este género. Busca el cuidado para que no resulten agresivos hacia la atención del espectador, los exhibe con precisión; tampoco hubieran hecho falta muchos para explicar su historia. No hablamos de reversionear a “El Exorcista” ni de superar el drama trastornando de “Psicosis”, sino de crear un producto fresco y atractivo. La producción de Kevin Mister (“Enemigos Públicos”) dice mucho a favor de la película.

No encontramos ante una reacción en cadena de misterios dolorosos con el pavor bailando de cabeza en cabeza. Las imágenes de Alvart no generan tensión agobiante ni mecen sueños de aburrimiento. Los sustos fáciles y el éxtasis de curva descendente son tapados por la actuación de Renée Zellweger manejando a su antojo la dulzura, el miedo y el odio. Una mujer que pasa de rezumar compromiso social a convertirse en acosada de su propia defensa. Se mezclan la ayuda con la maldición, lo satánico y el cariño.

Emily Jenkins no es nadie en la película sin el expediente de Lillith Sullivan (Jodelle Ferland), una hermosa y desconcertante jovencita de diez años. Su juventud es sinónimo de indefensión, su madurez evolutiva resulta sobrecogedora, con cara de ángel. Seduce su forma de actuar, tan sigilosa que retumba en el eco del terror; metódica y sin compasión, manipuladora, posesiva. Es la criatura sobre quien gravita el guión.

Todos estos ingredientes se encuentran engarzados por la música del autodidacta Michl Britsch. La amistad con Christian Alvart, cuando el director alemán estaba haciendo su primer largometraje en 1997, forjó una conexión gracias a la cual hoy continúan trabajando juntos. La suavidad minimalista del tema que cierra la película, “Army of Angels”, despierta a los fantasmas que aún permanecían en estado latente frente a la gran pantalla. Ésta demanda un continuará.