Dos no riñen si uno quiere de la misma manera que un matrimonio no funciona si una parte se engatilla en su cerrazón. Y es que los años de convivencia amoldan la improvisación hasta hacer del amor una rutina mayúscula que termina siendo aceptada. La insatisfacción brota cuando se mandan señales no correspondidas de que algo no funciona en la convivencia y la aceptación del otro queda encerrada en la frustración. La entrada en una cuenta atrás se impone cuando la madurez advierte que la sorpresa consiste en repetir el ayer, anticipando la fuerza de la costumbre como síntoma anciano. La necesidad de sincerarse en el matrimonio pertenece a los vecinos. La urgencia por reparar el chasis conyugal que se cae a pedazos hace de Si de verdad quieres... la vuelta a una nueva conquista del tiempo perdido; la evidencia de que la cohabitación es cosa de dos.
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Kay ( Meryl Streep) y Arnold ( Tommy Lee Jones) no está pasando por una fase boyante, sumidos en la monotonía que toda relación duradera implica. Treinta años juntos, y separados a la vez, se tambalean cuando el copiloto no quiere reconocer que una rueda del coche ha pinchado y necesita pasar por el taller. El distanciamiento físico denota separación sentimental cuando los cuerpos se convierten en presencias extrañas dirigidas por el egoísmo que mata la iniciativa que busca el cambio. La apatía ciega de Arnold ha llegado a una edad en la que el momento se simplifica a ver programas repetidos por televisión junto a sus babuchas mientras Kay mira al pasado con pena, reconociendo que ha sido un pasaje malgastado que no volverá a recuperar. Tampoco hace de marido que disfruta con la renovación de los votos matrimoniales mientras ella se derrumba ante la tozudez de este hombre que ha normalizado su flacidez sensual. El pulso entre dos actores gigantes está servido con chispas de brillantez interpretativa aunque el guión no sea de lo más original. Ambos tienen la oportunidad de restablecer la llama el amor e impedir que el cuentakilómetros se pare de manera indefinida. |
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La aparición del doctor Feld (Steve Carrell) en forma de mensajero conciliador encargado de recomponer un castillo que se está desmoronando a velocidad de kamikaze es un lujo que surge a golpe de talonario para ofrecer sus servicios a un desajuste más neuronal que hormonal. Será el director de una película terapéutica a la búsqueda de una intimidad compartida con un extraño. Las parejas acuden a sus consejos para arreglar una relación crítica o acabarla. El proceso aclaratorio ocupa el grueso de una cinta entregada a la intimidad y las bufonadas sucedidas en la consulta de este psicólogo balsámico. Es un chiste de adolescentes salpicado por confesiones privadas, interpretaciones médicas y pruebas dirigidas a desengrasar una atracción ajada. El pudor y el bloqueo crecen en la incomunicación, mantienen diálogos acertados a medio camino del drama cómico con esa torpeza adolescente que derrocha juventud. Los intentos infructuosos por allanar el camino con macadán falso crean situaciones forzadas.
No compartir el paso del tiempo para recuperar la magia dejada por el camino es la salsa de un entramado sostenido con palillos. La música mitiga el peso de este vacío circular con elegancia y sin levantar la voz. Mientras el sonido e imagen permanecen en sintonía armónica y amarga, se escucha la intencionalidad de las canciones que marcan el acento sobre los protagonistas. La voz de Anny Lennox en Why abre las puertas a un final premonitorio sin ser definitivo con Al Green, Lenny Kravitz o Van Morrison lanzando al corazón guiños de sentimiento melódico. Un giro final resplandece en el fulgor de la noche, salido de la nada, como resolución postiza en la que la magia de las espinillas curtidas es estimulada por los efectos de viagra mental con final feliz. |
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