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EL IMPETUOSO REENCUENTRO CON LA HISTORIA
Película "Tren de noche a Lisboa"


J. G.
(Madrid, España)

Tren de media noche a Lisboa
Ficha técnica Video Entrevista a Jeremy Irons Entrevista a Bille August
El director que hace del personaje la trampa de su fantasía cae en una desconexión previsible con el público. Bille August, un realizador amante de las adaptaciones literarias, género cinematográfico obligado a hacer que realidad y ficción cohabiten de forma ordenada, lo consigue. La simetría entre contenido y forma no aparece en Tren de noche a Lisboa, un trabajo más ambicioso que realista. El juego con la Historia portuguesa, personificada en los últimos años de la dictadura salazarista, coquetea con los saltos temporales en una constante obsesiva. El azar se apodera del pretérito con intensidad paranoica. El viento otoñal sacude las ramas de un tiempo convulso haciendo del recuerdo un presente continuo que se manifiesta como triángulo amoroso.
 
Raimundo Gregoius (Jeremy Irons) con la mujer que estuvo a punto de lanzarse a las aguas del río Aar, en Berna  
El profesor de latín Raimundo Gregoius (Jeremy Irons) bajo el cielo nocturno de Lisboa
El protagonismo de Jeremy Irons, envuelto en un halo de misterio y planta machucha, invita a enfrascarse en un romance cómodo con la butaca. El actor inglés, sin salirse un ápice del esquema solitario que tanto le gusta, exhibe una mezcla de adolescente turbado y hombre maduro apasionado con lo que hace. Es ese profesor enfrascado en el conocimiento que supera el trasnochado día a día para refugiarse -cosas de la casualidad- en la idea samaritana de ayudar al desconocido que busca en el suicidio el final de un tiempo indefinido. He aquí el fallo más insoportable de Tren de noche a Lisboa: el triunfo de una impulsividad fácil. La aparición de una mujer con ganas de lanzarse a las aguas de Aar y su avistamiento casual por un tipo que, en palabras de Aute, pasaba por allí, son los datos que el director danés necesita para poner en marcha su ferrocarril particular en un trayecto precipitado.
Charlotte Rampling como Adriana de mayor
 
Adriana de joven (Beatriz Batarda) junto a Amadeu de Prado (Jack Huston)
El latinista Raimond Gregorius se lanza a la aventura como un Indiana Jones europeizado, y culto, envuelto en su halo de misterio y literatura. El surgimiento de una mujer fantasma, anti-protagónica, la impetuosidad del viejo profesor y, entre medias, la existencia de un libro misterioso justifican la necesidad de un viaje irracional y lírico. Hay tanto de recuerdo histórico como de poesía en la excursión lisboeta del profesor que desempolva a un hombre desaparecido, conflictos familiares y traumas personales. Como si estuviera obligado a reencontrarse con su pasado, descubre el pretérito de otras vidas. Poco a poco, se convierte en objeto desubicado capaz de sumergirnos en lo siniestro de las dictaduras políticas y el deseo de libertad que subyace entre la gente secuestrada por ellas. La presencia del escritor portugués Amadeu (Jack Huston) gana la pantalla hasta convertirse en el centro de un guión comercial. La soledad campa por las onduladas calles olisiponenses y los fantasmas dejados por Salazar como un caballo que se niega a ser domesticado. El presente se mezcla con el ayer en un frío abrazo entre perdedores y víctimas; recuerdos, odio y compasión se diluyen en bilis compartida. Los versos que Camoens plasmó en Os Lusiadas sobre una tierra de revolucionarios y descubridores, resuenan en su pacifismo abierto:
Clavel que de las prisiones
abrió puertas y ventanas.
Clavel de Abril e ilusiones
en un hermosa mañana.
Llegan con la madrugada
albores de un día nuevo.
¡Clavel de sangre hermanada
de los soldados y el pueblo!

Tren de media noche a Lisboa  
Despedida de folletín entre Raimundo Gregorius (Jeremy Irons) y Mariana (Martina Gedeck)

Las interpretaciones, a pesar de llevar apellidos notables, rayan una corrección suficiente. Bille August construye un relato ágil con formato aventurero, capaz de esquivar la mancha del aburrimiento. El inicio y final de Tren de noche a Lisboa no son tan atractivos como lo que ocurre en las tripas de una cinta a caballo entre el drama serio y el espíritu inquieto, empañada por un final de folletín.

J. G.


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