El ser una figura mediática no asegura el éxito; acaso promete una popularidad volátil medida por el impacto de las audiencias. El salto al cine exige preparación, talento y un gran dosis de acrobacia pugilística. Se trata de la capacidad que esquiva con humor las bofetadas que vengan del exterior. En este mundo dominado por marcas y nombres, en ocasiones, el soniquete de un apellido reconocido asegura el éxito de un producto sin haberlo catado. Andreu Buenafuente y Berto Romero se han forjado un reconocimiento dentro del entretenimiento radiofónico. Divierten con una intencionada comicidad informativa.
El Terrat crece como un hijo bien alimentado (tebeos, cine, radio). Ahora, con su fundador envuelto en calcetines cinematográficos, se lanza al cine. Buenafuente es un todoterreno que sigue el espíritu de los sesenta: probar para conocer. Se ha lanzado a la gran pantalla con más pena que gloria; suscitando la carcajada fácil.
El pregón se apodera del reino palomitero que busca destrozar mandíbulas con risa pulgosa: esa que obedece a la picazón espasmódica, suscitando la carcajada fácil y manida. Sin apartarse de la filosofía del entretenimiento,
Dani de la Orden dirige un producto familiar, de consumo rápido y gracia superficial. Se hace fuerte en los recursos cómico-teatrales de sus protagonistas, que tan bien les funcionan en el formato radio, y la compenetración final de personalidades opuestas. Estas escenas televisivas que nutren una película travesura.