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HISTORIA DE UNA HUMILLACIÓN
Película "El viajante"
J. G.
(Madrid,
España)
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Ficha Técnica |
Video |
Entrevista a Asghar Farhadi |
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Hay películas que, entre el silencio cómplice de su denuncia, destrozan el alma, sacuden las tripas, congelan la sangre, abren los ojos y paralizan el pensamiento. Mientras el estómago se hincha ante la metástasis de una flema creciente, vemos que entre la nada y el todo existe un pequeño abismo llamado conmoción. Asghar Farhadie ha reducido el suspense banal a un continuado relato de tensión contenida, tan irritante como extraordinario. La perfección turbadora de “El viajante” alumbra la tragedia del desalojo, el desamparo ante una violación, la ira vengativa como desquite efervescente y la búsqueda del perdón cuando se desenmascara la identidad del culpable: una persona bien tratada por la sociedad, cuyo prestigio no encuentra tacha a pesar del sabor a prostíbulo amoroso que mantiene en secreto.
El avance monstruoso del urbanismo mecánico aparece con asepsia hiriente: metáfora de que para crear vida nueva hay que derrumbar otra. El agobio impuesto por la fisura en edificios y personas hace que actores y espectadores compartan la misma respiración, impotentes e indignados.
Los paralelismos entre la intimidad y la socialización del individuo remarcan el sexismo sagrado que hoy patrulla las calles de Irán. |
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Las grietas aparecidas en el edificio que habitan Rana y Emad Etesami trascienden de la anécdota para convertirse en fisuras del corazón. Su mudanza obligada es objeto de agobio, pasando a ser viajantes forzosos. La incomodidad de una agresión física sobre la mujer distancia la convivencia, haciendo de la certeza sospechada un motivo para aplacar la ira que descubre al culpable. La actitud egoísta de un marido inquieto antepone la agresión física a la moral sobre su esposa. El ajuste de cuentas, convertido en necesidad, quiere limpiar un agravio personal cometido contra ella (siempre en segunda plano), subyugada al género masculino, dentro de una sociedad tan conservadora como la iraní. Rana Etesami, cubierta por el velo de la sumisión patriarcal (un maltrato aceptado culturalmente), carece de protagonismo excepto cuando su cuerpo es utilizado por el hombre, convertido en cazador y sospechoso, víctima y verdugo. A partir de entonces, los dos viven sumidos en la incógnita de un presente nervioso, donde la inestabilidad se convierte en cimiento sólido de un basamento inestable y poco confiable. |
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La búsqueda del agresor alimenta una escalada febril de ira, marcada por la violencia de la incertidumbre, mientras la revancha enfanga la sangre mientras se desborda incontrolada. Esta acción metódica, y fría, va estrechando el nudo hasta ahogar sin piedad a la presa en una confesión de infarto, descubriendo la doble vertiente humana de fragilidad y dureza implacable, deseo por encontrar la verdad y ganas de venganza afilada y persecutoria.
El sentimiento turbador de la víctima deshonrada junto a la soledad del marido, convertido en detective a tiempo completo, trazan con precisión geométrica y pulso equilibrado la línea divisoria entre el bien y el mal. La desnudez del alma aparece sin miedo en su doble vertiente: resentida y compasiva. |
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La historia, contada de una manera sencilla, posee conexiones literarias con “Muerte de un viajante”, Arthur Miller, avisando de que todos somos actores en nuestras vidas.
El trastorno moral del abuso físico se convierte en pesquisa policial, borracha de rencor comedido que aumenta su temperatura cáustica hasta obtener la confesión forzada. El fin justifica los medios es una frase llena de brutalidad que en “El viajante” no tiene cabida. El atractivo de una ciudad que nace y muere al mismo tiempo, entre escombros urbanísticos y cenizas humanas, airea la belleza de esta joya sencilla; ausente de complejidad estética. |
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Texto: www.photomusik.com
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