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DE LA MÁSCARA DE DANTE
A LA MASCARADA DE RON HOWARD
Película "Inferno"
J. G.
(Madrid,
España)
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Ficha Técnica |
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El nombre de Dan Brown siempre causa revuelo en el mundo de la novela ficcionada. Cada obra del escritor estadounidense está destinada a convertirse en fenómeno cinematográfico gracias a una inercia sólo conocida por los manteas del neuromarketing editorial. Si a su nombre le unimos la firma de Ron Howard, el resultado es explosivo. Si a ellos se suma la presencia de Tom Hanks, habitual en la trilogía del cineasta dedicada a las novelas de Dan Brown, el resultado no puede ser menos novedoso. La utilización de Hanks, otrora dulce personaje de cuento navideño con sabor a Zemeckis -léase “The Polar Express”-, responde a la necesidad de satisfacer una logística comercial que no garantiza calidad.
La adaptación es un funambulista que disfruta balanceándose en la cuerda floja del triunfo, confiado en la magia de su equilibrio entre la cima del éxito y las catacumbas del fracaso (lugar de donde también se extraen grandes enseñanzas). |
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Lo malo que esconden las secuelas, excluyendo a Francis Ford Coppola, es el uso de la misma cara protagonizando intrigas retorcidas que abusan de su popularidad: el arnés al que todo cineasta arriesgado debiera renunciar si pretende ir más allá de la novedad parcial.
Tom Hanks puede ser un gran actor, y es posible que Ron Howard sea de los directores más influyentes en la cartelera actual, pero “Inferno” no es la mejor película de ninguno de los dos, ni tan siquiera representativa. Responde a la estética de moldes mercadotécnicos defendida por el cine de palomitas. Su tercer episodio en la piel de Robert Langdon, tan opresivo como ridículo y desconectado del suspense, es una aventura de videojuego, una carrera contra reloj en el vacío de una trama rocambolesca, que se impregna de sabor cultural, con final predecible. Los escenarios ilustran un paseo de interés didáctico donde el Arte se mezcla con la intriga terrenal de un mundo en conflicto constante. Arquitectura y Pintura presentan al hombre como un ser superior que ha ganado la batalla al tiempo: desde el Palacio Ducal, en la veneciana Plaza de San Marcos, los grandes jardines del Palacio Pitti, la Galería Uffizi, el Salón de los Quinientos en el Palazzo Vecchio (Florencia) hasta el Museo etnográfico de Budapest o la basílica de Santa Sofía, en Estambul. Estos testigos de anteriores complots palaciegos, se han convertido en plazas de misterio. |
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La lucha que libra Tom Hanks, por mucho Dante que haya entre medias, se rodea de un aura intelectual cargada de simbología enigmática. Gracias a la figura del poeta florentino, el espectador es trasportado a un mundo de maquinaciones que ve factible un nuevo Apocalipsis. La superpoblación exige soluciones radicales para un predicador poco reflexivo, cuya determinación por cargarse a media Humanidad recuerda al exterminio nazi, en la Segunda Guerra Mundial, conducido de una manera más sofisticada.
Tom Hanks es un mal cicerone rodeado de estatuillas que cumplen con su función interpretativa, destacando Ana Ularu (Vayentha), réplica femenina de Terminator. Esta asesina posee el protagonismo interesante de actriz secundaria que sabe mantenerse en la sombra sin que su presencia pase desapercibida.
En su necesidad de tejer y destejer tramas, acosado por el efecto Jason Bourne, el personaje que interpreta Tom Hanks juega a ser Russell Crowe, en “Una mente maravillosa”, a la caza de mensajes encriptados; un 007 cultivado; un niño perdido en el templo de su búsqueda. Su rostro, dócil y atormentado, se pasea por laberintos de intelectualidad con la sana intención de entretener, aunque a veces no lo consiga. La suya es una apuesta dirigida a convertirse en taquillazo de genética retorcida, con sello yanki. |
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El batiburrillo de ideas, que pretende dar a “Inferno” una corpulencia atlética, se convierte en una espiral de obsesión peliculera que anula la emoción, siempre atractiva. Un remolino mareante atrapado por la amnesia de Hanks: montaña rusa donde el vértigo pierde su escalofrío.
Los acontecimientos se suceden en una catarata de impactos más preocupados por ofrecer una sorpresa artificial que una historia coherente. Una borrachera de enrevesada elaboración que se apoya en el peso de Dante Alighieri para alcanzar consistencia. |
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