El enfrentamiento entre licántropos y vampiros reproduce el choque entre un madridista y un culé. Ha pasado más de un milenio desde que estas dos especies se dan de tortas con su estupidez musculosa y, como buen refrito cinematográfico, siempre resurgen de sus deshechos. La belleza telúrica de
“La pesadilla", el primer relato del vampirismo español (magnífico Fernando Guillén), sobrevive dignamente junto al licántropo inigualable que fue José Luis López Vázquez en
“El bosque del lobo”.
Mientras el
brexit debilita a Europa, los Lycans se afanan por ampliar fronteras amparados en la debilidad del vampiro antibelicista. Las dos especies se enfrentan en una batalla de gallos esperpéntica, con piel de videojuego, a ver quién grita más fuerte en un cabreo de sonoridad irritante. Entre tanta orgía de orquesta desafinada, resurge David (Theo James), el hijo transformado en Terminator de Transilvania, paseándose por este desfile de maniquíes sin percha, a excepción de su padre, un Charles Dance (
“El chico de oro”,
“Juego de Tronos”), que, a pesar del protagonismo escaso, hace honor a su presencia. Kate Beckinsale, la heroína del encontronazo salvaje entre razas enfrentadas, envuelta en cuero hasta las cejas, se enfunda en la simbología sexual de una guerrillera atlética y motera: prototipo de la mujer que tiene por cerebro el gatillo de un arma.