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TRAS EL RASTRO DEL SUBSUELO
Película "La ciudad oculta"
J. G.
(Madrid,
España)
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Ficha técnica |
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Unas gotas de agua se deslizan sobre un fundido en negro cargado de eco cavernario, misterioso y metálico. Las primeras secuencias de una sinfonía subterránea se apoderan de la pantalla mientras la mirada busca un referente al que dirigir su procedencia. La nada se enfrenta a una resonancia oscura. El abismo cubre su manto con la aparición de luces diminutas como puntos interestelares dentro de un cielo nocturno. El universo de la noche enseña su plasticidad en forma de agujero negro. Los destellos se amontonan en una reunión silenciosa. Se abren sendas definiendo un mapa del tesoro sideral, luciérnagas noctívagas puntean un lienzo oscuro mientras visibilizan su fragilidad. Una respiración sin rostro rompe la armonía cósmica de esta fábula lisérgica mientras nos lleva hasta Stanley Kubrick (2001: Una odisea del espacio). ¿Fábula o realidad? |
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Después de introducirnos en las tripas del edificio España, Víctor Moreno se sumerge en las entrañas de Madrid con La ciudad oculta. La ausencia de elementos identificativos la hace trasplantable a cualquier mole de concentración humana. Todo es tan impersonal como portador de una entidad hasta ahora escondida. Los pasos suenan huecos conducidos por instrucciones codificadas, robóticas. Los trabajadores del subsuelo se lanzan a un paseo rutinario, desconocido para el espectador. Caminamos entre nebulosas cerradas y fosas marinas ciegas. Las máquinas rompen la tranquilidad de catacumba, los andares se pierden entre cloacas y túneles. Las formas construyen morfologías geométricas que no renuncian a su cincelado artístico. Los ruidos se amplifican en cavidades decoradas con raíles esbeltos, paredes húmedas y una fauna pacífica que huye del alboroto humano. Ratas, gatos y alguna lechuza son los inquilinos de este dormitorio comunal que, lejos de convertirse en ocupas, lo habitan con naturalidad propietaria. Sus miradas refulgentes en un noche eterna contrastan con la humana, vigilante para que la monotonía sea igual de plana y silenciosa. El agua que se filtra por las alcantarillas, y el murmullo que viene de la calle rompe su tranquilidad. La ciudad oculta nos conduce al interior del cuerpo urbano sin aceleración, las aguas fecales refrescan venas rocosas con su corriente sanguínea de eritrocitos generados por los residuos humanos. En la superficie, el hombre blinda su privacidad aislándose con la música de sus auriculares que alimenta el cerebro, la ciudad no interrumpe su acústica dañina. La lobreguez cubre un fotografía de opacidad intencionada, apocalíptica y dormida; disecciona la sombra de una sociedad que vive demasiado rápido. |
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Las lecturas de este recorrido cavernoso dirigen un viaje sensorial al centro de la tierra, la metáfora del vientre materno, el destierro del maldito, el refugio del vagabundo, un laberinto y un parque. El entramado de pasillos se abre explorador por los restos de una batalla perdida: amasijo de chatarra evocando al mundo cinematográfico de Alien y la teniente Ripley (Sigourney Weaver). La ceguera gatea por la claridad grisácea que descubre el polvo ambiental. Este paseo a través de lo oculto inspecciona galerías que a unos entusiasma por las licencias poéticas que permite y a otros, resulta insalubre. La ciudad oculta nos recuerda lo insignificantes que somos. |
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