Suena a grito de guerra, a proclamación de intenciones, a pastel reivindicativo, a baratija integradora, a buenas intenciones con poca repercusión aunque logre entretener al público menos exigente. El tercer largo de Maxime Govare y el estreno de Cédric Le Gallo en la dirección se queda lejos de obras como
Pride o los
Full Monthy, aborda el empoderamiento del mundo homosexual entre chapuzones veraniegos.
Los comentarios homófobos, tan en boga, que facilitan el argumento de
Al agua gambas se corrigen con trabajos a la comunidad con toques de comedia ligera y folletín. La Administración francesa muestra su espíritu comprometido, que se siente educador, castigando con un tirón de orejas las palabras irreverentes de Matthias Le Goff (Nicolas Gob), nadador fornido. El mundo deportivo, espejo de la salud mental limpia, es uno de los ambientes más proclives para que estas voces malsonantes sobresalgan y su procedencia nos llama más la atención que el contenido ofensivo implícito. El caso es que Matthias, el argot de los maleantes de los siglos XVI y XVII, metió la gamba con opiniones inapropiadas. Su inmadurez verbal le conduce al mundo que había descalificado, convirtiéndose, con sorna argumental. El subcampeón de waterpolo será entrenador de
Las gambas purpurina, un equipo gay con poco interés por el deporte acuático; participa de este mundo en sus propias carnes; aventura el declive de su carrera profesional; verá cómo esta experiencia lo enriquecerá personalmente. El ambiente estereotipado por los gustos e imagen del mundo gay, centrado en lo sexual, da una pátina de jocosidad carnavalesca; el chiste freudiano con marca hetero se reinventa como invención de carcajada obligada, más oportunista que ingeniosa.
El mundo
queer de las gambas se enfrenta a rivales camioneras sin despreciar al tío buenorro que desnuda su torso nadador.