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UNA MUJER GUERRERA QUE PIERDE FUELLE
Película Dios es mujer y se llama Petrunya


J. G.
(Madrid, España)

Dios es mujer y se llama Petrunya
Ficha Técnica Video Entrevista a la directora    
La religión como culto al ritual está enferma de raíz porque no admite el cambio, se niega a evolucionar en su fisonomía. La religión se impone como costumbre porque asegura poder y confianza. Y, casi siempre, las creencias se asocian interesadas a la labor social en un tren con locomotora invisible y maquinista de carne y hueso. La religión hace del hombre su remero y la intolerancia de los fieles, su impulso. De ahí vienen todos los males despertados por las creencias fanáticas. Si, además, asociamos la fe con iconografías masculinas, el debate está servido. Teona Strugar Mitevska ha querido denunciar con pompa un caso real de fanatismo devoto.
 
Petrunya (Zorica Nusheva) junto al sacerdote (Suad Begovski), representante de la religión en Štip  
Cada 19 de enero, coincidiendo con el día de la Epifanía, la gran mayoría de los ortodoxos del Este de Europa, incluyendo Macedonia, celebran la ceremonia de la cruz
El frío de enero se combate en Štip, Macedonia del Norte, con un chapuzón en busca de esa cruz garante de buena suerte durante el resto del año. Las costumbres rompen la armonía paritaria cuando se asocian a objetos que exigen un 'sacrificio' en forma de gesta wagneriana, sólo apta para hombres. Dios es mujer y se llama Petrunya arranca con potencia. El comienzo está en la cruz y en Petrunya, una mujer que se esconde del mundo bajo las sábanas de su cama. Arranca potente con miras que apuntan a horizontes comprometidos hasta caer en la redundancia que deja al machismo como titular. El ansia materna por colocar a la hija antes que verla feliz forma parte del instinto interesado. La formación universitaria no sirve para nada a Petrunya en una comunidad abandonada por el progreso y explotada por los listos; la denigra en un entorno donde el acoso sexual campa a sus anchas. Y el rechazo humillador, también. No enarbola banderas con ideologías terminadas en sufijos cotidianos con entidad de género. La ruptura que trastoca el pilar de la tradición dura un segundo; el resto, una continuidad que va apagándose.
Petrunya no representa la modernidad sino un presente sin ansias de futuro. Su mirada melancólica y personalidad fuerte cruzan paisajes bucólicos; encuentran procesiones religiosas; se apartan ante jóvenes corriendo un maratón de playa, a juzgar por la poca ropa que llevan. La presión de una madre aconseja la vestimenta de una entrevista con aspecto de trámite vecinal. Mitevska arremete contra el empresariado, contra lo medios de comunicación que trasforman la actualidad en amarillismo; denuncia al estamento policial que tiene mucho de payaso.
Petrunya con la cruz arrebatada sobre su cuerpo  
Petrunya y el oficial de policía (Stefan Vujisic)

El final apresurado deja en entredicho el valor de una mujer que reclama atención sin ejercer la denuncia. Se atrinchera en la posesión sin reivindicar la pertenencia igualitaria; denuncia una sociedad arcaica pero sin que la sonroje. Dios es mujer y se llama Petrunya suaviza la podredumbre espiritual de la sociedad que se protege con talismanes. La protagonista se queda descolgada cediendo ante un buenismo apostólico.

J. G.


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