Parásitos, dentro de su formalismo oriental, es una película tan irregular como sorprendente. Tiene giros argumentales que, una vez atrapado el espectador, hacen que el estómago se revuelva de manera brutal. El comienzo es trepidante, luminoso, espectacular y sorpresivo. La mugre se aclimata pronto a los vicios del lujo presentados sin esfuerzo. Seguro que a muchos se nos han pasado por la cabeza los métodos utilizados por la familia poco agraciada económicamente para alcanzar su meta. No importa que luego culpemos al estrés de esos pensamientos. Me pregunto si se les pueden considerar seguidores de
Maquiavelo. Estaría divertido debatirlo.
Todo va bien en la película hasta que esa evolución de cine elegante, alternando comedia con tragedia, se convierte en un salpicón de brutalidad asiática cuya única intención, sospechosa, es cerrar el círculo fatídico de las dos horas de duración (meta de muchos directores del siglo XXI).