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CINE Y ESPECTÁCULOS
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EL CUENTO DE TARANTINO
Película Érase un vez en... Hollywood


J. G.
(Madrid, España)

Érase un vez en... Hollywood
Ficha Técnica Video    
La industria del cine es un negocio y, si algo bueno tiene Érase una vez en... Hollywood es que lo deja muy claro. La reputación de Quentin Tarantino vende por el cine alejado de lo convencional, por una violencia gratuita convertida en marca personal, por títulos como Django desencadenado. Tarantino, generoso a la hora de despilfarrar sangre hasta la borrachera injustificada, reduce sus ansias sangrientas sin renunciar a ellas porque ¿qué sería de él sin el poder devastador de la imagen violenta con entereza innecesaria? Ese gusto por convertir sus argumentos en producciones de serie B recuerdan una época de videoclub. Los actores de renombre adornan el cuerpo de un largo vacío en busca de identidad. El homenaje al mundo del cine, que muchos ponen como piedra angular de su interés, se pierde en diálogos extensos sin contenido, incapaces de aportar una coma de inteligencia que. Su podredumbre se regodea en la autocomplacencia del director-creador de un mecano armado con recuerdos de su infancia. Es un guiño hacia ese mundo que vivió en una etapa vital cegada por las series del Oeste en blanco y negro. Los héroes marcaban el camino al estilo de vida americano. La ironía inteligente de su ironía inteligente justifica una cinta creada para recordar.
 
Leonardo DiCaprio en el papel de Rick Dalton  
Rick Dalton también hace anuncios publicitarios

El consideración al mundo del cine viaja por el tiempo con nostalgia de moviola. El montaje, siendo la baza fuerte, alcanza la originalidad con referencias constantes al mundo del celuloide. El marco es más vistoso que el óleo. Érase un vez en... Hollywood emborracha con cortes históricos a través de una fechoría cansina y demasiado larga. La intención rellena metraje extenso, poco afilado, con una angustia creciente sin visos de solucionarse. El texto y el contexto cinematográficos rememoran la época dorada el séptimo arte hollywoodense, cuando los cowboys, cazarecompensas y justicieros autónomos poblaban las pantallas de televisores y salas. El blanco y negro da paso al color, se alternan las caras conocidas con rostros desconocidos. El cine queda bien, la descripción-narrativa cinematográfica aburre. Es un canto a la dispersión interesado en fecundar el caos que tanto aprecia Tarantino, una batidora que presenta un Hollywood menos conocido como eje vascular del espectáculo: el mundo de los extras sostenido por las acciones los nombres poco reconocidos en los créditos y los comentarios del espectador. La relación entre Rick Dalton (DiCaprio) y su doble, Cliff Booth (Brad Pitt), supera la de estrella y extra: su contacto se propaga más allá de los estudios hasta convertir a Booth en chico de los recados. La unión funciona en la película de sus vidas mientras asisten al declive de un etapa cinematográfica. Lejos queda el cerebro con sentimiento que Michel Hazanavicius estimula en The Artist o la carta de amor al cine que Sylvian Chomet regala con El ilusionista. La banda sonora se da un baño de época mientras evoca momentos universales. Los personajes se codean con el vaquero omnipresente, el cromo publicitario, jipis forofos del LSD y el amor libre, larvas de Charles Manson. Polanski se pasea en coche con importancia secundaria. La mansión de Rick Dalton y la casa de Sharon Tate engrosan el catálogo morboso de Tarantino. Las referencias al spaghetti western y el kungfú gravitan como cine de época dibujando un salto del mono borracho. El giro hacia la originalidad no culmina una pirueta trucada que, durante más de tres horas, vuela ingrávida hacia un tortazo inminente.

J. G.


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