Quien disfrute con el terror aburrido, maldito por su incapacidad de sobrecoger, gozará viendo
La influencia. Las entrañas de un escenario que defiende bastante lo telúrico no mantiene el suspense aunque todo ayuda en el desarrollo pintoresco de una seudofantasía ridícula.
El primer largometraje de Denis Rovira no tiene las herramientas necesarias para trazar un buen segmento asustadizo. Es una fotonovela radiofónica que hace de los silencios, alborotos previsibles.
El regreso a las raíces destapa una infancia violenta, madre e hija intercambian papeles como base del conflicto familiar; la nieta aparece como el tercero en discordia: el cebo sobre el que el pez grande se abalanza sin reparos. Victoria absorbe la vida desde su vigilia entubada, su hija Alicia se enfrenta a la dureza del recuerdo, perseguida con obsesión constante. Mientras el aire circula por los tubos respiratorios que mantienen con vida a la abuela Victoria (
Emma Suárez), las voces se cuelan por los respiraderos de la casa como canal de cotilleo escondido que enmugrece la originalidad. La presencia de una enfermera tontorrona precipita el salto al vacío sin red. El espíritu que encarna Victoria, moribunda, es presencia inmóvil que busca sobrevivir a través de su nieta. Los universos cerrados buscan el dramatismo, la contundencia de un guion justificable y el poder creciente del dominio en Nora.
La cámara persigue a los personajes ayudada por la espesura de atmósferas lóbregas. El avance de un espíritu que reniega de la muerte de manera silenciosa se introduce en el alma de una chiquilla atormentada por la confusión. La copia casera de
Regan MacNeil, conocida por ser la niña de
El Exorcista, se encadena a una corrección hermética cercana al terror cómico. Los retrocesos temporales justifican la oscuridad del presente.