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CINE Y ESPECTÁCULOS
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COMEDIA LIGERA Y EMBROLLO ROMANTICISTA
Película Día de lluvia en Nueva York


J. G.
(Madrid, España)

Día de lluvia en Nueva York
Ficha Técnica Video    
¿Hay algo que Woody Allen no haya tratado en el cine, historias que no haya contado? El ateo más artístico lo ha dicho todo. Su estilo, muy hermanado con la comedia, varía poco en su película nueva. Aunque parezca un repetidor intelectual, tiene la habilidad de agradar sin rimbombancia. Este talento polifacético vuelve a jugar con un romanticismo que no discrimina gotas de desconfianza. Después de Wonder Wheel, sigue presente con una textura divertida, poco ingeniosa en el argumento, tratada con maestría. El protagonismo de un día lluvioso no es original pero ha vuelto a demostrar su capacidad para convertir lo más sencillo en efectivo. Día de lluvia en Nueva York es una obra notable del arte ocioso que divierte con elegancia de sastre vecinal. La música atrapa gracias a la suavidad melódica y sabor a vermú sobre los créditos iniciales; hipnotiza en forma de cinta transportadora hasta cuando el cine era dorado. La música se pasea a cámara lenta como el engaño en La maldición del escorpión de Jade o la despedida que Rick y Lisa inmortalizaron en Casablanca. Heywood Woody Allen, como se le conoce familiarmente, introduce al espectador en un mundo de ensoñación musical. La fotografía de Vittorio Storaro, presente en Café Society y Wonder Wheel, está llena de mimo. Los impulsos nostálgicos guardan un método.
 
Gatsby Welles (Timothée Chalamet) junto a su novia, Ashleigh Enright (Elle Fanning), preparando un día de ensueño  
Gatsby Welles
El enamoramiento juvenil tiene la solidez de un día y la fragilidad de la desconfianza. Ashleigh Enright (Elle Fanning) es la universitaria inocente que incita risas de ternura instintiva; Gatsby Welles (Timothée Chalamet), su novio, el hombre perturbado ante la naturalidad de su amor-objeto, un estudiante pijo y cultivado con sentimientos intelectuales de organizador turístico, un cicerone traicionado. El MoMa, Central Park o el Bar Bemelman del Hotel Carlyle son destinos refinados de un jardín hedonista que abruman con su previsibilidad de limusina. Gatsby es el anfitrión de una chica de provincias con corazón reportero; un jugador de cartas que despilfarra las ganancias con frenesí imberbe, una réplica actualizada del protagonista creado por Scott Fitzgerald sin el título de grande. La invención del escritor californiano es un explorador ficticio del idealismo; la de Woody Allen, una víctima real: sensibilidad en estado puro. Ella no dejará de ser una chica de pueblo mientras él necesita de la contaminación urbana para sobrevivir. No quiere despedirse del ambiente neurótico neoyorquino ni de la exclusividad que los rincones vintage proporcionan.
Ashleigh, mientras descubre la vida adentrándose en un terreno desconocido, siente cosquilleos inocentes, conoce a personajes de película (léase un actor y un director de cine). En el periplo del vagabundo solitario, Gatsby se topa con los brazos de Chan (Selena Gómez), la hermana menor de su exnovia, práctica en el amor, alejada del infantilismo sentimental, un volcán oculto, una figura tan secundaria como primordial. Él, a pesar de su corte bohemio cercano a la generación beatnik, está sujeto a su sangre de burguesía alta. La comicidad melancólica no eclipsa la tragedia familiar a través de una madre (Cherry Jones) que termina sincerándose con un hijo desencantado e inmaduro a su estilo. La presencia del Woody Allen dramático incapaz de olvidar su acidez más adulta, en una demostración de que todo tiene un precio en la vida, arrima el contacto maternofilial. Estos minutos, los más brillantes de la película, justifican cómo el pasado hace el futuro. Cuando, se despeja El polluelo rebelde que hace lo que quiere, accionado por la solvencia del nido, agita sus plumas cuando la lluvia escampa.
Gatsby desconcertado  
Gatsby junto a Chan (Selena Gómez), la hermana menor de su exnovia, práctica en el amor, alejada del infantilismo sentimental

Los motivos que cautivan a Woddy Allen como el cine, la música, sus referencias a la sexualidad, la religión, la simbología judía, una vez más, se justifican. Son licencias que sólo un genio puede permitirse. Su ironía transeúnte no cansa porque sin esos guiños no sería él. ‹‹Una vez muerto, como si tiran mis películas al mar. La posteridad me importa un pito››.
La confusión se orienta con diálogos desenfrenados, preparativos esquizofrénicos y encuentros disparatados. La vida toma un giro desconocido con formato de telenovela moderna y ágil: inesperado para Ashleigh, desconcertante para Gatsby. El ritmo es el secreto de una buena película y Día de lluvia en Nueva York lo sostiene. Woody Allen domina los tiempos creando escenarios paralelos vividos entre caos y entretenimiento cartesianos. La aparición de un aguacero refresca el paisaje de la Gran Manzana con desorden adolescente y crisis existencialista madura de cineasta incomprendido.

Ashleigh Enright (Elle Fanning) entrevistando al cineasta Roland Pollard (Liev Schreiber)  
Ashleigh Enright (Elle Fanning) y el actor donjuanesco Francisco Vega (Diego Luna)

El comienzo actual y dinámico alerta las antenas críticas que una trama universitaria frenética tensa. Esta diversión trepidante con calabobos incluido no es un recuerdo a Cantando bajo la lluvia sino agua de verano que termina en arcoíris. Woody allen se saca de su chistera mágica un enredo agradable, cargado de cinefilia claustrofóbica, dirigido con oficio, deslucido en innovación: un fin de semana envuelto en los tópicos del director.

J. G.


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