El enamoramiento juvenil tiene la solidez de un día y la fragilidad de la desconfianza. Ashleigh Enright (
Elle Fanning) es la universitaria inocente que incita risas de ternura instintiva; Gatsby Welles (
Timothée Chalamet), su novio, el hombre perturbado ante la naturalidad de su amor-objeto, un estudiante pijo y cultivado con sentimientos intelectuales de organizador turístico, un cicerone traicionado. El
MoMa, Central Park o el Bar Bemelman del Hotel Carlyle son destinos refinados de un jardín hedonista que abruman con su previsibilidad de limusina. Gatsby es el anfitrión de una chica de provincias con corazón reportero; un jugador de cartas que despilfarra las ganancias con frenesí imberbe, una réplica actualizada del protagonista creado por
Scott Fitzgerald sin el título de grande. La invención del escritor californiano es un explorador ficticio del idealismo; la de Woody Allen, una víctima real: sensibilidad en estado puro. Ella no dejará de ser una chica de pueblo mientras él necesita de la contaminación urbana para sobrevivir. No quiere despedirse del ambiente neurótico neoyorquino ni de la exclusividad que los rincones
vintage proporcionan.
Ashleigh, mientras descubre la vida adentrándose en un terreno desconocido, siente cosquilleos inocentes, conoce a personajes de película (léase un actor y un director de cine). En el periplo del vagabundo solitario, Gatsby se topa con los brazos de Chan (Selena Gómez), la hermana menor de su exnovia, práctica en el amor, alejada del infantilismo sentimental, un volcán oculto, una figura tan secundaria como primordial. Él, a pesar de su corte bohemio cercano a la
generación beatnik, está sujeto a su sangre de burguesía alta. La comicidad melancólica no eclipsa la tragedia familiar a través de una madre (Cherry Jones) que termina sincerándose con un hijo desencantado e inmaduro a su estilo. La presencia del Woody Allen dramático incapaz de olvidar su acidez más adulta, en una demostración de que todo tiene un precio en la vida, arrima el contacto maternofilial. Estos minutos, los más brillantes de la película, justifican cómo el pasado hace el futuro. Cuando, se despeja El polluelo rebelde que hace lo que quiere, accionado por la solvencia del nido, agita sus plumas cuando la lluvia escampa.