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EL TIEMPO DETENIDO
Película La trinchera infinita.


J. G.
(Madrid, España)

La trinchera infinita
Ficha Técnica Video    
Las víctimas de una batalla no sólo se cuentan por sus muertos. La Guerra Civil Española vomitó lisiados que aguantaron escondidos en el cubículo del olvido, ¿o sería mejor decir atrapados? Fueron protagonistas del mundo represaliado emparedados por su destino en una celda con dimensiones tan históricas como minúsculas, muchas veces, hediondas; siempre delictivas. Llámense daños colaterales. La tríada de directores que ha alumbrado La trinchera infinita resalta el silencio de esos condenados que salvaron el pellejo a costa de que los más cercanos sufrieran su desgracia con entereza. La colaboración entre Jon Garaño, Aitor Arregi y José Mari Goenaga viene de Handia y Loreak. Les une la afinidad cinematográfica y el gusto por los temas sociales con trasfondo político; abrazan un proyecto colosal resumido en calendario anecdótico con toques de tragedia personalizada en Higinio Blanco. Se reparten tareas en una película irregular de colaboración conjunta. La trinchera infinita es un alumbramiento de trillizos con padres distintos; una puérpera desigual pero no deforme. El drama inicial es el hijo robusto; una continuidad tan densa como superficial, el vástago que da más pena; el final intenta remontar a través de la esperanza con la mano sagrada del cerillita y su ley de Amnistía de 1969. Una redención malvada, tardía, artificial, constatación de la dictadura con la que este largometraje quiere redimirse representada en forma de vivencia amarga. Los autenticidad de los acontecimientos se sucede como resultado futbolístico, como viñetas de Roberto Alcázar y Pedrín: mucho peso en un saco que comienza su ruptura cuando el drama se convierte en telenovela social. La complicidad de los personajes deambula despistada tras la esencia que los héroes de Pirandello jamás encontraron. La inestabilidad del perseguido controla un mundo inhóspito cercano en una lejanía cada vez más pragmática. Temor, inseguridad, dependencia derivan en la cerrazón de ideas, la mortificación de la causa, el control sobre los demás, la lucha de una paradoja: su cerco prisionero dentro del absolutismo hogareño que Higinio ve lógico. ¡Soy tu marido, me debes explicaciones; soy un perseguido, un topo: escóndeme del perseguidor! ¡Soy un ratón, guárdame del gato malicioso!
 
Higinio Blanco (Antonio de la Torre) con su mujer, Rosa (Belén Cuesta)  
Higinio sufre la persecución de los golpistas en 1936 en Mijas, pueblo del que fue durante la Segunda República
El desarrollo argumental se sostiene firme sin marcialidad gracias a la estética apoyada en la cámara subjetiva de Higinio, quien ensancha su visión más que el Pisuerga a su paso por Valladolid. El comienzo silencioso promete para seguir con secuencias agitadas a lo Lars von Trier. Los planos intranquilos del inicio enseñan el espíritu de momentos convulsos que España comenzó a padecer a partir de 1936; se sosiegan con una paz falsa, carcelaria, entre escondrijos de conejo asustado. Algunos encuadres están llenos de oscuridad geométrica.
La trinchera infinita es una catarata de acción diabólica, casi enloquecedora, que avanza lo que se viene encima (desde linchamientos hasta chivatazos, persecuciones, venganzas, una nación rota en dos bandos, la desintegración del pueblo) para curtirse en la huida que consumirá una vida de topo. La brutalidad es la reina de la conflareación, el hombre un instrumento para fanatizar sus ideales; el instante es un meneo de épocas, un proceso de envejecimiento y modernización bajo el franquismo, la Segunda Guerra Mundial, el aperturismo institucional visto desde una celda casera, paternidad inesperada, una vida conyugal con altos y bajos, reproches y caricias, harturas y perdones, besos y bofetadas, la conversión de la rutina en miedo y éste en conducta. El reloj se ha parado dentro de una caja de zapatos desde la que Higinio se convierte en mirón privilegiado, testigo de los comportamientos humanos. La homosexualidad, el flirteo de desconocidos con su mujer, la impotencia, el asesinato, los fantasmas, las pesadillas forman parte de su mobiliario aislacionista: una madriguera que se convierte en prisión aceptada y de la que le asusta separarse. Todo es tan barroco, comenzando por la duración asfixiante, que termina por erosionar el interés.
Desde su escondite, Higinio se convierte en mirón de la sociedad dentro de un mundo detenido para él  
 Higinio Blanco es un hombre que por miedo a represalias se encierra en su casa, sin sospechar que no volverá a salir hasta 1969, 33 años más tarde

El ingenio, sencillez y velocidad iniciales con el sabor de Una cierta mirada, Cannes, se dejan seducir por lo efímero y paisajístico. La trinchera infinita es la voz de actores silenciosos que formaron parte de una guerra civil más allá de la contienda bélica, una visión particular de la cronología guerracivilista con perspectiva generacional; una secuela de Cuéntame con intención de gran pantalla. El empacho está garantizado gracias al hilo conductor de la tragedia: desde el odio ideológico hasta la llegada de la televisión. No faltan los tópicos del amor descargado con testosterona de somier quejumbroso, de posesión masculina, de necesidad femenina por tener un hijo en una maternidad presentada de sopetón.
Si se quiere palpar la angustia de la soledad, ojeemos el tormento del topo en Los girasoles ciegos, con una interpretación soberbia de Javier Cámara, el aislacionismo rehén que refleja La noche de 12 años, donde Antonio de la Torre repite con mejores galas o gocemos la evolución temporal en Hasta siempre, hijo mío, sin importar sus 180 minutos.

'La trinchera infinita': viendo el mundo con prismáticos  
Otros hombres buscan los favores de Rosa, la mujer de Higinio

Posdata: A pesar del andalucismo geográfico imperante en La trinchera infinita, la dicción de Antonio de la Torre y Belén Cuesta plantea al espectador una necesidad de visitar al otorrino con urgencia.

J. G.


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