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CINE Y ESPECTÁCULOS
CARTELERA CULTURAL
Histórico
 
 
 


MELODRAMA FAMILIAR DE MUERTE Y RENOVACIÓN
Película Hasta siempre, hijo mío


J. G.
(Madrid, España)

Hasta siempre, hijo mío
Ficha Técnica Video    
El cine chino, según quien lo represente, posee una virtud y un defecto muy grandes: la lentitud. Tanto su recreación en la imagen para comunicar emociones de contemplación estética como en forma de lienzo social lo convierten en poesía relajante o agobio reposado. La elástica Hasta siempre, hijo mío es asfixia épica (180 minutos) de relato familiar. La narración de tres décadas, por rigor cronológico, debería parir una obra coral como Heimat: La otra tierra mientras que Xiaoshuai Wang cincela un paso del tiempo en las arrugas de sus protagonistas más que en el impacto social de los acontecimientos. El cineasta shanghaiano se aclimata a los cambios con soplos de calma chicha mientras, se intuye, que el dolor va por dentro. Wang es el Ken Follett cinematográfico gracias a su repaso, con visión introspectiva, de momentos clave en la crónica política de China. Este recorrido agotador está suavizado por el comportamiento asiático que roza la resignación, atropellada por varias épocas. El desenlace arrebata el protagonismo del nudo con voluntad resolutiva artificiosa.
 
Yaojun Liu (Jingchun Wang) en los años duros del comunismo chino  
Yaojun junto a su mujer, Liyun Wan (Mei Yong)
La cámara actúa como un testigo de la ruptura para ser, gracias a una curiosidad silenciosa, el buscador del miembro ausente. La aflicción ataca una convivencia desangelada en la que el texto estorba para explicar lo que sucede. Hasta siempre, hijo mío es el canto a un recuerdo que mudará la piel con los años; el golpe de una muerte suspendida en la incógnita.
El accidente termina confesándose en forma de asesinato culpabilizador e inocente. Juegos de la niñez que se recordarán de adulto; percances que tardan en arrinconarse y de los que no te atreves a despedirte. El desliz es un dato impostado con maestría acartonada incapaz de compensar, como acto de buena fe, la esterilidad provocada.
La vida de Yaojun Liu y Liyun Wan compagina los cambios con el disfrute de modernidades cuasiclandestinas a ritmo de Boney M. La evolución del pensamiento colectivista jerarquizado mira hacia un aperturismo en el que se advierte la presencia del hormigón y las construcciones con esqueleto de colmenas humanas. El tratamiento ralentizado de la imagen retarda el paso del momento sin vestigios de progreso. La aceptación del devenir asfalta carreteras llanas sobre el desierto de la ancianidad cercana. Los coletazos de brillantez que iluminan un drama generacional salpican el espíritu obrero manifestado en masa guerrera y metáfora del combatiente patriótico; se siente utilizado por la reestructuración económica del Estado empresarial como patrón ideológico con derecho al despido masivo. Su aperturismo capitalista invade al gigante amarillo sin que el adoctrinamiento del partido facilite un acuerdo pacífico. La psicología de masas ha adormecido al pensamiento individual y ahora Liu y Wan lo pagan en silencio.
Yaojun y Liyun en compañía de sus amigos  
Yaojun, Liyun y Xing Liu (Roy Wang) su hijo apotado

El abanico de épocas abre y cierra sus hojas con el ímpetu de unos protagonistas maltratados por el momento. La noción extensiva del acontecimiento aburre en dimensiones gigantes. La necesidad de cerrar todos los frentes que el director ha ido abriendo, sin darles respiro para cicatrizar, termina rebelándose como error técnico. El intimismo se entrega al dominio público; los secretos pierden su identidad; las confesiones señalan a culpables escondidos en el miedo de la tragedia inasumible; la política de hijo único anula al individuo. La modificación de la conducta es un proceso purificador que tarda en madurar. El perdón cierra las heridas abiertas durante decenios de transformaciones convulsas a ritmo de secuencias lentas. La bondad del personaje y la pena del conjunto definen la esencia de un melodrama atípico cautivador por su personalidad inusual. Hasta siempre, hijo mío desaprovecha la oportunidad de rematar la belleza dramática de un final abierto con otro colofón feliz de telenovela hogareña. Es un cuento doméstico para moralistas sesudos. Me quedo con el retrato que Ozu realiza de la familia en sus Cuentos de Tokyo.

J. G.


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