El pasado es un perro hambriento que incordia con su presencia. Está ahí siempre, aguantando el tirón de la indiferencia causada por el olvido. El pasado no es malo por lo que personifica. La falta de coraje para enfrentarse a él en el presente, sí. A veces, el tiempo corre con ganas de olvidar lo sucedido y hace de lo actual un punto disfrazado de miedo, cobardía, insensatez y tranquilidad falsa. El estreno de Daniel Lovecchio como director propone un reencuentro con experiencias tiradas al basurero con desprecio longevo. ¿Querrá significar su muerte? Su abandono marca el rumbo que ha dado a la vida adulta. Las raíces están vivas en un mundo acomodado mientras los imprevistos del tiempo le obligan al enfrentamiento inesperado.
Moira es un reto consigo mismo y con los demás. Las imágenes que retroceden en el tiempo apenas inmutan la continuidad de un aquí y ahora plano y escalofriante. No quiere presentarse como una víctima de los abusos policiales ni ofensor silencioso de los desaparecidos, los violentados durante la opresión de
Jorge Rafael Videla.