Películas como esta contribuyen al encorsetamiento de las relaciones masculinas, las cuales ya no resultan novedosas. Lo primero que aflora en un largometraje aburrido, repetitivo en su mecánica genital y emocional, poco abierto a la imaginación, es esa necesidad de encasillar la trama y a los protagonistas en un mundo marcado por los
acrónimos de identidad sexual. Pero,
Vivir sin nosotros va más allá. La mano debutante de
David Färdmar está presente con intenciones elogiables aunque se deja llevar por la explicitud del director principiante. El inicio apunta buenas maneras desde el punto de vista cromático, marcado por el blanco casi nupcial. El resto es una continuidad de colores desvariados donde las tonalidades carentes de luminosidad priman. Con ello quizás haya querido meterse en las tripas del drama liberador para concentrarse en la tragedia destructiva con formato de telenovela fácil. Una relación entre dos hombres que rompen sus vínculos afectivos ya no sorprende; la afinidad que busca el inicio de otra, como una rana que salta de charca en charca dejando rastros de semen en cada brinco, hastía. La telenovela calentorra se aleja del erotismo provocador para quedarse en lo fácil del folleteo directo que sólo desinhibe a quien lo practica, y hace del espectador un mirón de dinámica chapera.