Ondina es ficción y realidad. Ondina es un producto del enamoramiento que no duda en amenazar con la muerte si el abandono traiciona. Ondina es historia de la literatura y un elemento acuático de tacto pétreo. Es mujer y estatua, un rayo de fantasía entre los adoquines de Berlín urbanizado. La adaptabilidad a los tiempos saca la parte humana de estas representaciones gracias a la imaginación de Christian Petzold. El largometraje del cineasta germano, acostumbrado a explorar terrenos movedizos de la sensibilidad femenina, interpreta códigos actualizados del paganismo griego y la leyenda alsaciana como parte esencial de una anatomía romántica. Ahora indaga en la estructura del amor permeable, las relaciones sentimentales navegando por un mundo aislado y celoso, la lápida que hace de la tumba una revelación. El flechazo surge con la ruptura inesperada de un acuario que enlaza miradas, almas y deseos.
El agua es la sustancia circulante por las tuberías del amor, la duda y el miedo; un compuesto purificador que enlaza literatura, cine y mitología alemanas. El amor se adhiere a la piel de Ondina y Christoph para formar una entidad conflictiva. Ella porta en su mochila el sacrificio y la dependencia. Los dos están bien definidos en el oleaje melancólico que chapotea junto al maremoto de la inestabilidad.
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