¿Qué hay de malo en volver a las raíces, al lugar donde su madre le espera y reemprender una vida llena de recuerdos amables y familiares? La decisión narra un sosiego campestre que desprende cariño, alterada rápidamente por habladurías vecinales encargadas de tergiversar los acontecimientos de manera maliciosa. Todo lo que rompa su tranquilidad envenenada despierta un morbo dormido por la rutina. Los propósitos oscuros orquestados por un alcalde cínico prosperan con sigilo.
Las ganas por aceptar retos en el campo forman una pareja atractiva en la gran pantalla junto a la medicina: desde la presencia de un
doctor en la campiña francesa, defendida por
François Cluzet;
Una veterinaria en la Borgoña o el acercamiento a un
doctor en Alaska. Si el entorno rural marca el paso de los acontecimientos,
El médico de Budapest irradia calor con matices personales. Las personas dan un tinte nuevo a un argumento que acaricia el estereotipo del galeno de pueblo. S doktor es un tipo bueno y delicado, insobornable y tenaz; abandona su serenidad urbana modélica que parece tenerlo todo ordenado, con pinceladas burguesas, aunque viva dentro de una familia disgregada. Al matrimonio que habita en la capital húngara le espera una desmembración amistosa en destinos diferentes, su hija reside en Hamburgo, los padres de su pareja en Tokio. El acercamiento es incierto para todos. La llegada a
Zebegény implica el sometimiento a rituales sociales que van desde el homenaje con más fachada consistorial que sentimiento, la aceptación de regalos ciudadanos que agradecen los servicios de corazón para confraternizar. El huésped levanta cuchicheos, descubre amistades nuevas en un hombre sencillo, se fabrican suspicacias, surgen los celos maternos, reafirman la necesidad de su compañía. El encuentro con un amor antiguo despierta momentos de sinceridad. La proposición de abrir un hospital nuevo, bien común, topa con las intenciones de establecer un balneario natural, cercanas a la especulación inmobiliaria.