Las secuencias reproducen planos para ser armados en la cabina de montaje con frialdad. Lo sensible hace un barrido emocional que esconde una realidad dura. Los personajes circulan por el ojo de la cámara en una procesión de monigotes descuidados. El oportunismo se viste de realismo. La
cueva de las creencias abre su boca ante una maratón de móviles en la noche. El vacío neuronal de la masa se lanza a la desesperación en busca del milagro inexistente. La lógica médica despierta a un hombre entrado en la cincuentena que un día decidió no esperar más apoltronado en la fe milagrosa. ¿Uno abandona la fe o la fe abandona al individuo? Después de haber creído en la curación como parte de la masa, se debate en la monotonía de lo cotidiano.
EL punto dramático no es sostenible, se queda en la pluma que roza el corazón con una sensibilidad sólo apreciada por quien ha percibido el toque de esa mano espiritual. Jordi siente el calor de la amistad que la sociedad del siglo XXI le niega. La compañía de Maider Fernández Iriarte, directora del documental, es un saludo a la comunicación como
master universitario apoyado en su originalidad. Representan dos mundos que se comunican sin empatía externa.
Las letras de Jordi es un gran hermano solidario. La vida se capta dentro de la vida con intenciones de optimismo consolador.