La saga de
La Purga y la sombra de Jean-Claude Van Damme en
Blanco humano aproximan a
La caza a un escenario político de consola virtual. Compararla con la autodefensa armamentística del
presidente Donald Trump y la
Asociación Nacional del Rifle crea estereotipos que apagan el ingenio y alimentan la gamberrada mayúscula. Twitter es se ha convertido en el confesonario de los modernos, el templo cibersocialización que gana adeptos. La empatía que arranca esta red social está demasiado explotada como para arrancar una película interesante. La fuerza comunicativa se impone al valor de los mensajes vertidos que terminan en vacío con un borrado inmediato si resultan inapropiados.
El inicio de una aventura candidata a convertirse en una historia para no dormir es una pesadilla en avión privado donde los asesinatos pertenecen a la intensidad zafia de
Scary Movie. La concordancia razonable se vuelve discordante gracias a la ley del mejor armado y menos inteligente. El matar despierta la conservación de la especie en un escenario con figurines contratados para tal menester. El arranque, la continuidad y, posiblemente, el final de La caza facilitan un desmadre sangriento. La locura asegurada encuentra el camino despejado en un bosque donde hay soldados con pinta de mercenarios contratados en alguna parte de Croacia, tanques rusos del antiguo
Ejército Popular Yugoslavo, refugiados balcánicos, personas sacadas del Nueva Orleans poco habladoras y mucha fritanga
gore.