La excusa de que Andy Tennant se base en una novela que ha arrasado en ventas quizás sólo sirva para achatar la película homónima que no debió adquirir este formato. No todos los libros tienen que adaptarse al largometraje a no ser que respondan a dos opciones evidentes: ganas de llenar los bolsillos con un producto dulzón o desmotivar al público para la lectura.
Los huracanes no venden si la catástrofe posterior no existe y las historias de madre coraje exigen dramatismo para que la superación de la tragedia rule. Aquí no se dan ni una ni otra premisa por lo tanto el cataclismo cae por su peso. La coincidencia menos estudiada hace que un hombre y una mujer se encuentren gracias al destino. Las formas cambian un encuentro programado que hace de la comedia la manera más eficaz de acercarse y, nunca mejor dicho, dejar que los elementos en su sentido más natural, funcionen. Las miradas desprenden química placentera, todo funciona como una balsa en un mundo donde los extraños no despiertan desconfianza. Un pueblo de Louisiana es el escenario ideal en el que nadie ha roto un plato y, excepto el huracán que se acerca, nadie levanta la voz.
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El acercamiento de un hombre fabricado por el misterio, con percha de turista pasajero, resulta efectivo gracias a una sonrisa amigable que nadie puede rechazar. Es pacífico, tranquilo, siempre con la solución en la boca. Su presencia invoca un manual de autoayuda que tiene solución a todos los problemas con una calma tántrica. La llegada de Bray a la mala racha de Miranda abre la puerta al consuelo sin querer dejarse atrapar por la telaraña de un amor falso. El galán con pantalón vaquero lidera el pensamiento resiliente que esconde el secreto prolongado por la placidez de su experiencia. Cupido se pone a trabajar en el lado oscuro con el engatusamiento familiar de hijos que ven la puerta abierta para atravesar el interés de una mujer solitaria. La historia es tan convencional que el desconocido representa la bondad inesperada a pesar de que el giro final busque la originalidad a la monotonía restante. Se convierte en el tifón que removerá la tranquilidad aburrida alterada por la tormenta tropical.
A parte del argumento tan manido que desgasta el interés, los personajes se convierten en el motor de este paraíso con alguna deficiencia económica. Una serie de colores variados impregna la paleta para toda la familia donde destacan el hombre servicial, la suavidad de Miranda, el pretendiente con alma adolescente incapaz de mostrar sentimientos adultos, unos niños planos e hijos amables que todos querrían tener por su docilidad, esa suegra desconfiada que empalaga con intención meritoria. La música de George Fenton es lo más logrado en la historia de una mujer que lucha para que los suyos lleguen a fin de mes sin agobios, toda una novedad. Quizás, lo menos importante sea desvelar el secreto que les cambia la vida. El dinero abre las puertas a las ilusiones aparcadas. El secreto: Atrévete a soñar es el pretexto ideal para atiborrarse de un antidepresivo barato que no exige receta médica. |