Las palabras del poeta Ramón Cavanillas, en boca de Tomás, ponen aguas cristalinas a una isla misteriosa. Las costas gallegas, mansas y bravas, son testigos de la mano trabajadora y oscura del hombre, más peligrosa que sus riscos. Lo enigmático guarda secretos a través de ojos cómplices. Hacen que lo rudo, desértico, inexpresivo hagan del mutis fortaleza del secretismo. La sensación de privacidad se extiende como una mancha de aceite oscura mientras se cuentan leyendas los
raqueiros. El oleaje y el silencio son dos murallas que separan la
isla de Sálvora del
resto del continente, como dice María. El protagonismo femenino dirige una historia que hace de la despedida el recibimiento de la autosuficiencia. La vigilancia hostil desde la distancia de un capataz desconfiado marca la línea territorial entre las clases sociales. El perro guardián que pertenece a lo más alto de lo más bajo resucita la esencia latifundista de
Los santos inocentes. Esta violencia comunitaria que supera lo vecinal estalla con el odio cocinado a fuego lento.