Entre chavales, las correrías sicalípticas diferencian al adolescente cumplidor del sospechoso. Las hormonas masculinas están llamadas a presumir aunque luego la jactancia no se come un colín. Es lo que tiene ser el macho alfa del grupo con encuentros rápidos en el callejón de la testosterona engatillada. Si no perteneces a la cuadrilla amante de la lujuria veloz no eres nada en una escuela donde la banda de los hermanos Gallagher,
Oasis, es más importante que las nociones de Historia o Matemáticas. Estamos en 1995. El jovenzuelo que no presume ni se amolda al juego de esta fanfarronería es acusado de rarito. Eddie forma parte de la sociedad que vivió los
años de plomo en estado de alarma camuflado. Las críticas chabacanas le convierten en el objetivo fácil de dardos que crucifican su infidelidad a la manada. La época de la inocencia finaliza con la toma de decisiones que marcan el futuro. La disyuntiva de ser fiel a uno mismo o agradar al padre ha llegado mientras el progenitor sostiene nervioso el testigo de la tradición. El patriotismo se exalta en un estado de entrenamiento militar permanente donde la munición es tan real como el sentimiento de defensa nacional. La juventud se prepara para entrar en la élite del ejército pacificador portando un arma o limpiando letrinas.