La tensión familiar del encuentro que debería anunciar una convivencia nueva abre la veda a la persecución macabra. La intriga interesante se mete en el túnel de la intimidación fanática con la surgimiento de matones tatuados con simbología nazi. El caos se desata en forma de aniquilaciones obligadas para que el dinamismo avance sin imaginación. Los malos enlazan con el inicio, se apoderan de una reunión hogareña nada confortable. La muchacha se libra del secuestro campestre al huir de esta incomodidad, presencia el atropello y asesinato de seres queridos, las nubes de golosina convertidas en banderilla dolorosa. El
gore alcanza lo increíble con ojos colgando más desagradables que sobrecogedores, su presencia deja lugar para la risa.
Becky, la película, crece como sustancia sangrienta de protagonismo repulsivo. Becky, el personaje, se vuelve insensible ante el delirio de la furia que no perdona; será la mala de la acción cubierta de venganza. Becky como protagonista es el
Rambo femenino con gorro de ardilla, la reencarnación minúscula de Jen en
Revengei, el instinto de supervivencia. Los mejores momentos descubren a una chiquilla que saca su lado oscuro. La interrogante iniciada con actitud interesante entre el drama y la reconciliación se consolida en despropósito bañado por la sangre fácil al estilo de
Sitges.