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MARCELINO: EL PRÍNCIPE DE LOS PAYASOS
Película Marcelino, el mejor payaso del mundo


J. G.
(Madrid, España)

Marcelino, el mejor payaso del mundo
Ficha Técnica Video    
Los nombres que ningún museo recuerda ni han sido apoyados por la fama mediática escoden vidas interesantes incrementadas por dicho desconocimiento. Siempre sorprenden, pocas veces defraudan y, sobre todo, emocionan. Marcelino Orbés Casanova, además de asombrar, entusiasmaba a grandes y pequeños gracias a un mundo que tocó el techo más alto y las alcantarillas más profundas. Su vida fue una montaña rusa que desempolva la paradoja de Emery: ‹‹Cuanto más alto, más dura será la caída››.
El presente y pasado conviven en Marcelino, el mejor payaso del mundo dando saltos entre continentes y épocas. El blanco y negro cinematográfico asistía al comienzo del siglo XX. Las imágenes chaplinescas dejan su momento a los comentarios de Aránzau Riosalido (gestora cultural de investigadora del Circo Price); las declaraciones de Ian Haworth, actual jefe de comunicación del Hippodrome londinense, convertido en casino; al payaso, actor y profesor José Piris. La docencia, dice, debería enseñarnos a reírnos de uno mismo. La voz y el sentir de Pepe Viyuela se meten en la piel del homenajeado. Las aportaciones de Mariano García sirven de cicerone como el periodista que, en 2017, descubrió la historia sobre Marcelino Orbés. El círculo de su procedencia se cierra en Jaca y comienza el día de San Isidro de 1873, de ahí su nombre completo: Isidro Marcelino Orbés Casanova.
 
Marcelino Orbés Casanova fue considerado en su tiempo el mejor payaso del mundo por sus dotes interpertativas innatas sobre el escenario  
Marcelino conoció a figuras de la talla de Charles Chaplin, con quien también trabajó
El documental firmado por Germán Roda es la historia del circo que arranca en Madrid con la llegada del Price, definido como el primero con entidad moderna que paró en la capital en 1827. La Escuela de Circo Carampa, centro de divulgación malabarista sin la capacidad del anterior, albergó la troupe con la que Marcelino venía, Los Martini.
Las palabras visten postales de época con dualidad cromática muda donde los números ecuestres y las acrobacias copaban una programación que encandilaba al público por su representatividad novedosa. El viaje que emprendió desde Barcelona, pasando por pueblos como La Almonda, Bujaraloz o Pinar de Ebro, alcanzó su meta el año 1883 al llegar a la capital aragonesa. Aquí, al asistir por primera vez al circo, su vida cambió como Totó en Cinema Paradiso. Un mundo onírico se hizo realidad comenzando en el Circo Alegría. Frases y estampas construyen un documento histórico impagable de una figura olvidada.
Los inicios precircenses sacan la magia con equilibrios caseros montando un asno donde lo importante era la ilusión y su naturalidad actoral de Marcelino. La dureza escondida del maltrato sufrido por su condición de niño, junto a la alegría, actuaron como refuerzo para llegar a ser el mejor payaso del globo dentro de una transición no forzada. Las anécdotas no excluían la valentía que le supuso una condecoración del rey Alfonso XII. Su vida recorrió varios países hasta que en 1892, con 19 años, llegó a Bruselas. Marcelino comenzó a construir su personaje trabajando en circos importantes como el Lockhart de Francia, el Carré de Amsterdam, salta a las Islas Británicas para formar parte del Circo Hengler. El amor llamó a su puerta aunque el matrimonio con Luisa Johnson se rompió en pocos meses. El éxito en los escenarios se contrapuso con el desamor en su vida personal.
El cómico José Viyuela se pone en la piel del payaso Marcelino  
Marcelino junto a Ada Holt, su segundo amor

En su época dorada no faltaron cumplidos de la reina de Inglaterra y los Príncipes de Gales, actuó con Les Fratellini y Houdini. La vida de la gran estrella no pesaba tanto como sus dificultades personales y el salto a Nueva York, sobre 1905, le condujo al teatro más grane del mundo que Elmer 'Skip' Dundy y Frederic Thompson decidieron abrir: otro Hippodrome, con 5.200 localidades y un escenario de 61x33 metros. La capital del espectáculo le brindó la colaboración con Slivers Oakley, en el enfrentamiento entre el cómico más famoso de América contra Marcelino, el más distinguido de Europa. Esta época dorada alcanzó las 240.000 personas de público al mes, 2.500.000 al año. La cumbre artística, entre 1905 y 1907, le llevó a abrir un curso por correspondencia (Marceline's Circus Correspondece School), le hacen un tebeo (The Merry Marceline) en el dominical del periódico The New York World y es reclamo de las fiestas sociales.
Las obras se escribían para él: A trip to Japan. La cima del éxito vive la gestación de un tifón desconocido. La ruina, profesional y económica, asomaba tímidamente con The Marceline Hippodrome Show. Los empresarios sustituyeron a las bailarinas por películas de Charlot. El público cambió sus preferencias, la vida sentimental con Ada Holt, del cuerpo de baile del teatro neoyorquino, se resentía y las críticas negativas llegaron. La incursión tímida en el cine, en 1915, le hizo abandonar sin percibir el error cometido. Marcelino: el príncipe de los payasos cuenta los últimos años de su vida como una caída en picado que lo devolvió a los circos alejado de los teatros grandes; tampoco acertó su olfato con los negocios y el local que fundó, llamado como él, le sirvió como refugio de su fracaso artístico.

Marcelino y el payaso Slivers en uno de sus números famosos  
Marcelino pasó los últimos años refugiado en su restaurante de nombre homónimo

La llegada del cine sonoro en 1925 despierta la huella de The Artist. Nombres como Buster Keaton, Harold Lloyd y Charles Chaplin, con quien había compartido escenario, empequeñecen la fama del cómico maño. La incursión de este formato nuevo planteó el dilema al que tuvo que enfrentarse dándolo por perdido: inclinarse hacia la moda del momento o seguir el camino de siempre hasta que el Hotel Mansfield asistió a la última función del artista rechazado por los tiempos modernos. Marcelino fue el excéntrico que tuvo a Augusto y Carablanca dentro pero necesitó un público que lo amara. El éxito es una droga que, como el mundo, gira la vida en forma de ruleta imprevisible. Cada uno somos el reflejo del cómico en su torpeza pero Marcelino sólo hubo uno.

J. G.


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