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LA TERNURA DE UN LIGUE VERANIEGO
Película Verano del 85
J. G.
(Madrid,
España)
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Ficha Técnica |
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La adolescencia es el momento adecuado para la iniciación en el deseo que luego puede cristalizar en amor. François Ozon lo sabe y cultiva la perspicacia con mimo, como si estuviera acariciando un bonsai milenario. El componente homosexual acompaña sus creaciones con intensidad estudiada mientras se recrea en un recorrido salvaje. Lo importante no es la meta sino lo descubierto hasta alcanzarla, las piedras que incomodan cada paso y esa nube vaporosa que envuelve una aventura vivida hasta el extremo. No es el momento para hablar de prohibiciones y la sinceridad se abandona al placer sin cortinas. El carácter censor de los prejuicios todavía es una espinilla embrionaria en una piel lustrosa de lozanía.
Quien diría que sólo dos años separan a Alexis, a punto de cumplir 16, de David cuando la envergadura corporal de este sobresale frente a la niñez biológica del otro. Son jóvenes marcados por la distancia entre la seguridad sensual y la fragilidad, las tablas y la inocencia, la libertad y la entrega hipnotizada; entre el amor profundo y un ligue de verano; entre el amor sin cerramientos y la necesidad de un compromiso imaginario. Todo funciona bien en la etapa del descubrimiento, como transformación nietzscheana, hasta que la relación busca intereses distintos.La seducción compartida tiene una caducidad manejable por el cansancio de los mismos gestos, las mismas caricias, la misma voz, los mismos besos. La fuerza juvenil viaja por el senderismo agreste de esta ruta con praderas y maleza.
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La articulación con el pasado es la locomotora del tren en un drama con romanticismo y pulsión necesitados del desenfreno y el desamparo. Alexis Robin, el protagonista relator en off, aguarda la decisión del presente con el recuerdo recordando del ayer en un texto personal compartido como deshago. Los saltos temporales, internacionalizados con el anglicismo maldito de flashback, respetan la coherencia sin apelotonarse. La inteligencia de Ozon crea una línea continua difícil de alcanzar. El relato es sostenible gracias a la prolongación del instante en la alternancia sostenida como tiempo único. Y este juego entre el ayer y el hoy es vital en el coqueteo de una relación que respira intimidad. La distinción se encuentra en la hermosura de lo simple. El espectador siente en la piel la conversión de una temática trillada en atractiva. Verano del 85 retoza en la fascinación que no justifica lo voluptuoso. Esta película no está ideada para quienes busquen el ardor de La vida de Adèle, para quienes esperen amor precipitándose por la carnalidad de pieles en fricción, para aquellos que necesiten excitarse con un morreo en primer plano. En definitiva, no es recomendable para el público incapaz de apreciar la delicadeza de la humildad. Es una invitación a reencontrarse con la sensualidad púber, la franqueza de lo espontáneo y el autodominio en una etapa llena de necesidades compulsivas. |
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François Ozon juega con la perversidad al elegir personajes tan lejanos como próximos en los que el roce provoca destrucción. La misma juventud se aprecia desde la niñez y el acercamiento a la independencia adulta. Las localizaciones se aparean con los años ochenta. El inicio sabe a Nouvelle Vague, a Truffaut, a misterio hitchconiano. Su largometraje es un cuento donde el sistema represor castiga al adolescente por seguir el camino de un destino diabólico no por haber delinquido. Si borras el color de las imágenes, la forma y el fondo recuerda al cine de los años previos a 1985; David Gorman es un James Dean que, en vez de vivir rápido, pide bailar sobre su tumba. La obligación de una promesa amatoria sella una tranquilidad egocéntrica como lazo eterno del amor ¿finito? Es una declaración de intenciones decimonónica que no sabe, o no persigue, decir te quiero. |
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El amor tierno es una miopía agradable que se disfruta por igual cuando los amantes están igual de ciegos; de lo contrario, las emociones abrirán los ojos de quien no los cerró para siempre. El relato de lo sucedido entretiene la espera de la condena sin dar lecciones a nadie ni sale al encuentro de héroes y mártires. El romanticismo, la atracción, la conquista o el deslumbramiento, tratados con suavidad liberal, marcan la pauta de un director que sabe conjugar sutileza con drama. La belleza del amor y el dolor están narrados con una sencillez que produce ternura. |
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