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UN ROBO AL QUE SE PIERDE EL RASTRO
Película La maldición del guapo


J. G.
(Madrid, España)

La maldición del guapo
Ficha Técnica Video    
Dicen que el presente es un reflejo del pasado aunque para algunas personas, el ese tiempo no tiene nada que ver con el actual. Eso es lo que ocurre en La maldición del guapo, una comedia que mezcla reminiscencias del ayer con la actualidad sorprendente. La película del gallego Beda Docampo Feijóo es un batiburrillo de hombre madurito conquistador, ladronas listillas (¿madre e hija?), una camarera estereotipada que cae en la red de los celos fáciles y un hijo resentido que no esconde su honestidad laboral. El encuentro consanguíneo busca la reconciliación de manera poco ortodoxa cuando Juan Grandinetti se enfrenta a un apuro que no puede manchar su honor reputacional. Humberto, incapaz de borrar el poso argentino en el deje de sus palabras, ahora se dedica reflexionar sobre la barra de su bar entre la lectura de Søren Kierkegaard y pensamientos propios recogidos en una grabadora. Las páginas del libro Diario de un seductor despiertan notas de voz cercanas a pensamientos de Eurípides. ‹‹El que no espera no encuentra lo inesperado›› se enfrenta a ‹‹Lo esperado no sucede, es lo inesperado lo que acontece››, del poeta heleno. Los aires de golfo timador no visten de mercadillo, carecen de problemas económicos.
 
Jorge (Juan Grandinetti) en la joyería que sirvió de trampa para el cambiazo  
Humberto (Gonzalo de Castro) junto a la camarera de su bar (Paula Sartor)
El robo inicial se olvida con demasiada facilidad. El título cobra sentido con la desaparición de sus artífices, arrinconados injustamente. La ingenuidad es la causante de la maldición del guapo; lo demás, vendrá rodado. El padre estafó y el hijo es estafado dentro de una honradez que trabaja para negociantes inmorales. El destino les reúne de nuevo aunque vivan separados en la misma ciudad: el timo. El reencuentro se presenta como la escusa perfecta para el acercamiento familiar, la oportunidad para preguntarse ¿por qué no se lo pidió antes?, una mezcla de orgullo y debilidad filiales, una tira cómica de cohabitaciones y hostilidad, de dinero fácil, de amistades peligrosas.
Humberto y Jorge en el chalé de los joyeros Catalina y Juan  
Humberto charlando con Aldana (Andrea Duro)

El rostro define a los protagonistas con facilidad fronteriza. El distanciamiento de un hijo demasiado formal no lleva los mismos genes de un padre camaleónico. Su sinceridad confraterniza con el vertido de toda la porquería sobre un progenitor regenerado, mezcla de empresario y vividor. La relación fraguada se introduce en un mundo de lujo material. ¿Quién en más honesto: el estafador que, tras pagar su pena, se integra viviendo de un negocio holgadamente o quienes aman el dinero y se dedican a fabricarlo con métodos poco limpios?
Humberto, léase Gonzalo de Castro, tiene el encanto de ese zorro disfrazado con sombrero de Panamá que se introduce en un corral exclusivo para conocer a los moradores. Su hijo fideliza la candidez del novato que desconoce el poder de la mano izquierda. Catalina, bien rematada por Cayetana Guillén Cuervo, es una empresaria superficial que, sin valorar lo material, tampoco lo desprecia. Sus giros repetitivos (‹‹tomo nota››) se añaden a un aire burgués selecto: ‹‹si vive de las rentas, (Humberto) es digno de comer en esta casa››. La presencia invisible de Diego, muy a lo Villarejo, merece una mención para Ginés García Millán. El ojo avizor de Dora mezcla su labor vigilante con el de embaucadora. Malena Alterio, siempre tan solvente, hace el juego de mujer insensible decantada por el final romántico. El enfado endémico de Grandinetti es una constante llena de ironía y venganza fría contra un padre al que no perdona su inconsciencia anterior salvo con una penitencia de costalero arrastrado en el asfalto. La maldición del guapo es un enredo que no pierde frescura, ritmo ni intensidad aunque el embrollo no sea nada original.

J. G.


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