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CINE Y ESPECTÁCULOS
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EL NUEVO TERROR K-POP COREANO
Película Península


J. G.
(Madrid, España)

Península
Ficha Técnica Video    
Algunos pensamos que el ferrocarril con destino Busan de Sang-ho Yeon acababa su trayecto en vía muerta. Cuatro años después, la locura zombi local continua con síntomas de infección apocalíptica. El protagonismo ferroviario se sustituye por un barco fantasma y un camión perdido. Los personajes saben opositar al aburrimiento aunque se engalanen con una puesta en escena muy norteamericana. Los muertos vivientes buscan la luz para destripar cuerpos mientras el virus que ha arrasado Corea invita a confundir la ficción con la realidad. Busan no es el destino sino el origen de la locura y la infección. Si Tren a Busan fue una película diseñada para los adictos a la sangre divertida, esta secuela se regocija en la persecución con tonos oscuros. Aprovecha la actualidad para contentar la faceta social olvidada por la naturaleza de un género fantástico. El estallido de la plaga no anuncia el hedor a pandemia. Los supervivientes son encerrados, con destino desconocido, en una trampa donde el contagio verifica su presencia con espasmos de break dance.
 
Seúl es una ciudad sombría en un mundo de muros  
La lucha entrre zombis y humanos aparece en 'Península'
El director surcoreano no lo piensa dos veces y repite estereotipos con innovaciones tecnológicas. Los cataclismos visuales, a parte de las mordeduras consabidas, sobrecargan un impacto que se convierte en rutina de ordenador. El hombre, como protagonista de un escenario polvoriento y deshumanizado, sólo sabe esconderse de la invasión que siega su vida. La capacidad técnica de Península supera al guion que se aparta del mensaje atractivo. El inicio sabe interesarnos gracias al protagonismo de la realidad infestada. Pasados diez minutos, la originalidad es mordida por el bacilo de la maldición zombi que entusiasma a cualquier equipo de maquillaje. El largometraje se ha esmerado en presentar una cara asiática más evolucionada en agresividad y efectos especiales. Este avance entrecomillado se relaja en el entretenimiento para minorías fieles sin ganas de evolucionar hacia un perfil más amplio. Las escenas persecutorias recuerdan a la familia Fast Furious pero sin coches de gama alta.
La niña Yu Jin (Ye-Won Lee) junto a KIM (Hae-hyo Kwon) y Chul-mmin (Do-yoon Kim)  
Los muertos vivientes despiertan una guerrra total para mantener su supervivencia

La trama desgarbada aúpa la avaricia de la especie humana dividida por el caos. Su maldad se percibe en el amor al dinero y el deseo de encargar a otros el trabajo sucio en una tierra de nadie. La guerrilla que lucha contra el virus y la mafia que aún guarda la ambición como huella son los elementos más cercanos a un mundo reconocible por el espectador. El paisaje escrito hasta llegar a la meta crea estancias de un juego informático, un laberinto que exige superar escalafones hasta llegar al premio a base de matanzas justificadas por la defensa del intruso apestado. Hay mucho ruido, cabezas reventadas y armas que superan el magnetismo del lenguaje natural. Este afán de lucha copia la estética de Mad Max: más allá de la cúpula del trueno con batallas convertidas en espectáculo para la tropa. En medio, está el amor de un abuelo chalado, con su boina verde, que protege a sus nietas y el de una madre belicosa defensora del nido familiar. El capitán como esperpento del sálvese quien pueda infantil no falta. Los hongkoneses segregan a los peninsulares con el destierro. Un camión fantasma mueve el contexto hacia una libertad irreal. Las desgracias curten a las personas que, cosas de la ficción, se reencuentran por esas casualidades del destino escritas en un guion poco íntegro. Península es una calamidad que intenta dar el pego con imágenes de posproducción y una fotografía notable convertidas en pasatiempo de consola. El enfrentamiento cae en la red del sentimentalismo que busca al héroe salvador para un final feliz y decepcionante. La emotividad deja paso al espectáculo pirotécnico y balístico que no puede despreciar las lágrimas ante resoluciones simplonas.

J. G.


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