La capacidad de aguante que el planeta Tierra tiene es más sorprendente que los intentos apocalípticos por destruirlo lanzados sobre él. El hombre, en vez de provocar, ahora es la víctima de fuerzas naturales que, alejadas de toda maldad, enseñan el efecto devastador de las leyes cósmicas. El director catastrofista Ric Roman Waugh se lanza, con ayuda de
Gerard Butler, a recordarnos que somos un cero a la izquierda en un universo indomable. El actor británico, después de no perderse salvar Londres y América, dirigido por Babak Najafi; ser acusado de asesinato presidencial frustrado en
Objetivo: Washington D.C., junto a Waugh, y reponer sus energías patrióticas con
Objetivo: La Casa Blanca, pone su mirada en la supervivencia de quien lleva su sangre. Ahora, por lo menos, se rompe la sequía imaginativa que pone epitafios falsos al caos venido de un territorio que el hombre no ha colonizado en su totalidad, aún.
Los desastres naturales son un subgénero que sólo sorprende si el cataclismo arrasa hasta con el director porque, de conseguirse, sería el remate perfecto. Además, habría secuela segura. De lo contrario, la pesadilla muta en renacer de cuento infantil con un hábitat más limpio y supervivientes atónitos. El logro de este fin tienen un precio y su alcance es un calvario de hecatombe conocida.