Las casas con piscina son muy atractivas para habitar. Claro que si el negocio acostumbra a embarcarse en una reforma integral, el asunto no resulta tan plácido. Si, más adelante, se sabe que la estancia susodicha se conocía como La casa de las voces, los aires de brujería hacen de lo atractivo un cruce entre la curiosidad y la superstición hasta que el comprador aparezca.
El plano aproximándose con dron desde el cenital hacia la superficie líquida se acerca al suspense solitario.
Voces no es un símil negro de comedia americana con
Tom Hanks protagonizando
Esta casa es una ruina. El escenario siente merodear escarceos tenebrosos del susto tranquilo que prefiere tirar por lo intelectual antes que lo trivial. La sospecha lúgubre avanza un suspense sobrenatural donde la razón tiene poca cabida. Lo sobrenatural se impone al sentido común. Una historia oscura desata la prevalencia de movimientos raros gracias a la aparición de seres humanos débiles que las fuerzas oscuras contemplan como un objetivo fácil. El largometraje de Ángel Gómez Hernández es una película de brujas, de susto convencional, de una vivienda encantada que, cercana a la arquitectura maléfica del
Motel Bates, no aspira a nada más. Eric es el niño que está más allá del bien y del mal dentro de su mundo imaginario que sabe esquivar el autismo presumible. Las idas y venidas del nido familiar le proporcionan un hogar sin membrete ni dirección postal fijos. Este desarraigo constante se expresa en dibujos poco estudiados en el contexto sicoanalítico que se merecen excepto cuando las cosas no tienen solución. El trazo sangriento es imaginación de un superdotado que avisa sin apoyarse en el sobresalto mediocre. Hay voces que acompañan su inspiración sin desvelar el secreto del pavor clásico que tampoco impacta. Se apodera de la situación que hace de lo paranormal un hilo conductor de sospechas convertidas en el fundamento que justifica una atracción de feria.