La historia, situada en 1973, se retuerce a medida que la mano de
Fernando Trueba, con un guion escrito por su hermano
David, construye las escenas. La preocupación política nace de las inquietudes que siempre han movido a un hombre de bien. Los años pasan ante los ojos de Héctor
Quinquin como brisa y huracán. La placidez del entorno hogareño, rodeada de hermanas ajenas a la realidad comunitaria en su paraíso adolescente, termina tocando el drama. La presencia de los Abad transcurre protegida por la riqueza educativa de un hogar afortunado.
El trabajo de Sergio Iván Castaño alterna el blanco y negro adjudicado al presente narrativo con la infancia en color de
Héctor Abad Faciolince. La factura técnica es impecable. La emotividad se esconde en la descripción humana de una interpretación laxa, con influencias del matiz lingüístico soso en
Javier Cámara. La marca Trueba está presente en el gusto por la música al escuchar interpretaciones caseras de los Rolling Stones (
Ruby Tuesdayi) o el recuerdo a las cintas magnetofónicas. El resto de la melodía corre a cargo del polaco Zbigniew Preisner, quien compuso la banda sonora para la trilogía de los colores de
Kieslowski y colaboró por segunda vez con el director madrileño tras
La reina de España).