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ÁFRICA, ESA MALTRATADA
Película Black Beach
J. G.
(Madrid,
España)
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Ficha Técnica |
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La madurez del ejecutivo, por ansias de estabilidad económica o debido a una progresión natural del hombre como elemento social, se apoltrona en la carrera de la promoción laboral. Si, además, una vida nueva está en camino esa responsabilidad no se ha de tomar a la ligera. Los años de cooperante en tierras necesitadas quedan dentro del baul juvenil como recuerdo solidario. Ahora, toca henchir la panza de la empresa que llena la nómina mensual, manejadora de poder e intereses tan ocultos como conocidos. En vez de contribuir a arreglar el mundo, es momento de cerrar tratos y alcanzar acuerdos ante situaciones delicadas.
El secuestro es un gancho que funciona en el cine cuando el interrogante se mantiene hasta el final e incita a comerte las uñas. Si este interés es interrumpido por una subtrama que roba protagonismo a la inicial: el secuestro de un ingeniero perteneciente a una petrolera norteamericana radicada en África hace peligrar un acuerdo millonario. Este punto de arranque desemboca en un conflicto personal que busca la humanidad dormida de un protagonista poco acertado en el menester de interesar al público. El embrollo produce encuentros sin intensidad, quiere recalcar las miserias humanas creadas por el salvajismo político. Quitando este interés con un referente estatal que se desvanece pronto, el metraje estrangula sin problema un drama embotado. Sólo una cosa resiste: la espera dormilona en el sofá diseñado para la siesta.
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Black Beach, espacio geográfico con intensidad protagónica, no es un lugar ficticio sino una cárcel que actúa como retrete destinado a los desobedientes del régimen totalitario, impune en África Ecuatorial. La película homónima de Esteban Crespo, sin implicarse en la denuncia de fuerzas políticas opresoras o la existencia real de esta prisión, la pone como escenario secundario del que emanan casi todos los males. La corrupción es la piel de sus carceleros y dirigentes, sostenidos por intereses empresariales (todo hay que decirlo). La tragedia se convierte en aventura plana que busca una resolución cada vez más farragosa y desprendida del conflicto inicial. |
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La voracidad de Carlos, con traje ejecutivo, desaparece cuando llega a un mundo desamparado: no atemoriza, no produce respeto ni asco; todo lo contrario, da lástima mientras busca la manera de unir buena voluntad con solidaridad. Si Black Beach tiene algo positivo es la fotografía. Su carga paisajística deslumbrante no rechaza el hacinamiento como parte de una postal rica en matices. La belleza de folleto vacacional se mezcla con la podredumbre más miserable capaz de aguantar la presencia de un Ferrari en sus calles sin crisparse. El desfase en la distribución de la riqueza revuelve las tripas; el contraste es violento y ofensivo. El guion es atropellado y hasta resulta molesto por la rapidez con que encadena conflictos para alcanzar un final realista donde lo complejo resulta mediocre. Los recuerdos hacen mella en Carlos, defendidos por la actuación insuficiente de Raúl Arévalo mientras el dolor está más presente en su cara, ¿mejor careta?, que en su interpretación. |
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